martes, 10 de marzo de 2009

LA APARICIÓN DE LA NOCIÓN DE "FILOSOFAR". pierre hadot

II. LA APARICIÓN DE LA NOCIÓN DE "FILOSOFAR"

EL TESTIMONIO DE HERÓDOTO



Es casi seguro que los presocráticos de los siglos vil y vi a.C., Jenófanes o Parménides, por ejemplo, y hasta quizás, a pesar de algunos testimonios antiguos pero muy discutibles, Pitágoras1 y Heráclito2, no conocieron ni el adjetivo phisophos ni el verbo philosophein (filosofar), y con mayor razón la palabra philosophia. En efecto, estas palabras no aparecen, según toda verosimilitud, más que en el siglo v, en ese "siglo de Pericles" en el que Atenas brilla tanto por su preponderancia política como por su proyección intelectual, en la época de Sófocles, de Eurípides, de los sofistas, en la época también en que, por ejemplo, el historiador Heródoto, oriundo de Asia Menor, a lo largo de sus numerosos viajes, llega a vivir en la célebre ciudad. Y precisamente, quizás es en su obra en donde encontramos la primera mención de una actividad "filosófica".

Heródoto relata el legendario encuentro de Solón, el legislador de Atenas (siglos VII - VI), uno de aquellos a los que se llamó los Siete Sabios, con Creso, el rey de Lidia. Éste, orgulloso de su poder y de sus riquezas, se dirige a Solón en estos términos:3 "Mi huésped ateniense, el rumor de tu sabiduría (sophiés), de tus viajes, ha llegado hasta nosotros. Se nos ha dicho que teniendo e] gusto de la sabiduría (philoso-pheón), visitaste muchos países, movido por tu deseo de ver".

Aquí vislumbramos lo que entonces representan la sabidu-
ría y la filosofía. Los viajes que Solón emprendió no tenían
otro objetivo que conocer, adquirir una amplia experiencia de
la realidad y de los hombres, descubrir al mismo tiempo
comarcas y costumbres diferentes. Observaremos a este res-
pecto que al parecer los presocráticos designaron a su pro-
cedimiento intelectual historia, es decir, indagación. Una
experiencia así puede hacer de aquel que la posee un buen
juez de las cosas de la vida humana. Por ello Creso pregunta a
Solón quién es en su opinión el hombre más feliz. Y éste le
contesta que nadie puede ser dicho feliz antes de que se haya
visto el fin de su vida.

Heródoto revela pues la existencia de una palabra que quizás ya estaba de moda, pero que en todo caso llegaría a estarlo, en la Atenas del siglo v, la Atenas de la democracia y de los sofistas. De una manera general, desde Hornero, las palabras compuestas con philo servían para designarla disposición de alguien que encuentra su interés, su placer, su razón de vivir, en consagrarse a tal o cual actividad: philo-posia, por
ejemplo, es el placer y el interés que se toma-por la bebida;
philo-timia es la propensión a adquirir honores; philo-sophia
será pues el interés que se toma en la sophia.

En la guerra del Peloponeso, Pericles, el hombre de Estado ateniense, expresa en estos términos el elogio del modo de vida que se practica en Atenas: "Cultivamos lo bello con simplicidad y filosofamos sin carecer de firmeza". Los dos verbos empleados son compuestos depkilo-: philokalein y philoso-phein. Aquí, señalemos al pasar, se proclama implícitamente el triunfo de la democracia. Ya no se trata de personalidades excepcionales o de nobles que consiguen alcanzar la excelencia (arete), sino de que todos los ciudadanos pueden llegar a esa meta, en la medida en que les guste la belleza y en que se consagren al amor de la sophia. A principios del siglo IV, el orador Isócrates, en su Panegírico, volverá a tomar el mismo tema: es Atenas la que reveló al mundo la filosofía.

Esta actividad abarca todo lo que se refiere a la cultura intelectual y general: especulaciones de los presocráticos, ciencias nacientes, teoría del lenguaje, técnica retórica, arte de persuadir. A veces se relaciona de modo más preciso con el arte de la argumentación, si lo juzgamos por una alusión del sofista Gorgias en su Elogio de Helena. Ésta, decía, no fue responsable de su acto, porque fue empujada a actuar así o bien a causa de la voluntad de los dioses, o bien bajo presión de la violencia o aun por la fuerza de la persuasión, o por último por pasión. Y distingue tres formas de persuasión por el lenguaje, de las que una consiste, dice, "en los torneos de discursos filosóficos".

Sin duda se trata de las discusiones públicas en las que los sofistas se enfrentaban para demostrar su talento, oponiendo sus discursos a propósito de temas que no se vinculaban con un problema particular, jurídico o político, sino que respondían a la cultura general el que sabe muchas cosas, que vio muchas cosas, que viajó mucho, que tienen una cultura enciclopédica, o es aquel que sabe conducirse bien en la vida y que está en la felicidad? Habremos de repetirlo a menudo a lo largo de esta obra, las dos nociones distan de excluirse: el verdadero saber es finalmente un saber hacer, y el verdadero saber hacer es un saber hacer el bien.

Desde Homero, las palabras sophia y sophos eran empleadas en los contextos más diversos, a propósito de conductas y de disposiciones que, al parecer, no tenían nada que ver con las de los "filósofos". En la Iliada, Homero habla del carpintero, quien, gracias a los consejos de Atenea, entiende de toda sophia, es decir, de todo saber hacer. De manera análoga, el himno homérico A Mermes, después de haber narrado el invento de la lira, agrega que este dios modeló él mismo el instrumento de una sophia, diferente del arte de la lira, a saber, la flauta de pan. Se trata pues aquí de un arte, de un saber hacer musical.

A juzgar por estos dos ejemplos, podemos preguntarnos legítimamente si, en el caso del fabricante de bancos como en el del músico, la palabra sophia no designa preferentemente actividades, prácticas, que están sometidas a medidas y a reglas" y que suponen una enseñanza y un aprendizaje, pero que, además, exigen también la ayuda de un dios, una gracia divina, que revela al artesano o al artista los secretos de fabricación y los ayuda en el ejercicio de su arte.

De igual manera, Solón emplea sophié en el siglo vil a.C. para designar la actividad poética, que es el fruto al mismo tiempo de un largo ejercicio y de la inspiración de las Musas. Este poder de la palabra poética, inspirada por las Musas y que da su sentido a los acontecimientos de la vida humana, aparece con mayor claridad en Hesiodo, a principios del siglo VII. Si no emplea literalmente la palabra sophia, expresa con mucha fuerza el contenido de la sabiduría poética. Testimonio tanto más interesante porque pone en paralelo la sophia del poeta y la del rey. Son las Musas quienes inspiran al rey sensato. Las Musas vierten sobre la lengua y los labios de aquel a quienes escogieron un rocío suave, una dulce miel: "Todos fijan en él su mirada cuando interpreta las leyes divinas con rectas sentencias y él con firmes palabras en un momento resuelve sabiamente un pleito por grande que sea". Las palabras del poeta, por su parte, cambian los corazones:

Pues si alguien, víctima de una desgracia, con el alma recién des-garrada se consume afligido en su corazón, luego que aedo servidor de las Musas cante las gestas de los antiguos y ensalce a los felices dioses que habitan el Olimpo, al punto se olvida aquél de sus penas y ya no se acuerda de ninguna desgracia. ¡Rápidamente cambian el ánimo los regalos de las diosas!

Aquí aparece ya la idea, fundamental en la Antigüedad, del valor psicagógico del discurso y de la importancia capital del dominio de la palabra. Palabra que produce su efecto en dos registros al parecer muy diferentes, el de la discusión jurídica y política: los reyes administran la justicia y aplacan la querella, y el del encantamiento poético: los poetas por medio de sus cantos modifican el corazón de los hombres. Mnemosina, madre de las Musas, es el "olvido de las desgracias y la tregua de las preocupaciones".

En este encantamiento podemos descubrir al mismo tiempo un esbozo de lo que serán más tarde los ejercicios espirituales filosóficos, ya sean del orden del discurso o de la contemplación. Pues no es sólo por medio de la belleza de los cantos y de las historias que cuentan la manera en que las Musas hacen olvidar las desgracias, sino porque hacen acceder al poeta y al que lo escucha a una visión cósmica. Si "regocijan a la poderosa mente de Zeus su padre", es porque le cantan y le hacen ver "lo que es, lo que será, lo que fue" y es precisamente lo que, cantará el propio Hesíodo en su Teogonía. Una sentencia epicúrea, que se atribuye al discípulo de Epicuro, Metródoro, dirá: "Recuerda que, nacido mortal y con una vida limitada, subiste, gracias a la ciencia de la naturaleza, hasta la infinidad del espacio y del tiempo y viste lo que es, lo que será y lo que fue". Y, antes de los epicúreos, ya Platón había dicho que el alma, a quien pertenece la elevación del pensamiento y la contemplación de la totalidad del tiempo y del ser, no considerará la muerte como algo a lo que hay que temer.

Por otra parte, la sophia también puede designar la habilidad con la cual uno sabe conducirse con los demás, destreza que puede llegar a ser astucia y disimulo. Por ejemplo, en el libro de sentencias que codifica la educación aristocrática que Teognis, quien escribe en el siglo VI a.C., dirige a Cirnos, se encuentra el consejo: "Cirnos, muestra a cada uno de tus amigos un distinto aspecto de ti mismo. Matízate conforme a los sentimientos de cada uno. Un día únete a uno y luego has de saber, a propósito, cambiar de personaje, pues la habilidad (sophié) es aún mejor que una gran excelencia (arete)".

Vemos pues la riqueza y la variedad de las componentes de la noción de sophia. Se encuentran en la representación legendaria y popular, luego histórica, que se hizo de la figura de los Siete Sabios20, de la que ya encontramos la huella en algunos poetas del siglo VI, luego en Heródoto y en Platón. Tales de Mileto (finales del siglo VII-VI a.C.) posee ante todo un saber que podríamos calificar de científico: predice el eclipse de sol del 28 de mayo de 585, afirma que la tierra descansa en el agua; pero asimismo tiene un saber técnico: se le atribuye la desviación del curso de un río; por último da pruebas de clarividencia política: intenta salvar a los griegos de Jonia, proponiéndoles formar una federación. De Pitaco de Mitilene (siglo VII) no se da testimonio más que de una actividad política. Solón de Atenas (siglos VII-VI) es, también, lo vimos, un hombre político, cuya bienhechora legislación deja un largo recuerdo, mas también es un poeta que expresa en sus versos su ideal ético y político. Quilón de Esparta, Periandro de Corinto, Bías de Priene (los tres de principios del siglo VI) son asimismo hombres políticos, célebres por algunas leyes que habían promulgado o por su actividad oratoria y judicial. Las indicaciones que se refieren a Cleóbulo de Lindos son las más inciertas: sólo sabernos que se le atribuía un cierto número de poemas. Se adjudicaban a estos Siete Sabios máximas, "frases breves y memorables", dice Platón, pronunciadas por cada uno de ellos, cuando, habiéndose reunido en Delfos, quisieron ofrecer a Apolo, en su templo, las primicias de su sabiduría y le consagraron las inscripciones que todo el mundo repite: "Conócete a ti mismo", "Nada en demasía". En efecto, toda una lisia de máximas que se decía eran obra de los Siete Sabios estaba grabada cerca del templo de Delfos y la costumbre de inscribirlas, para que lucran leídas por todos los transeúntes en las diferentes ciudades griegas, estaba muy difundida. Es así como en 1966 se descubrió en Ai-Khanún, en la frontera del actual Afganistán, durante las excavaciones realizadas en una ciudad de un antiguo reino griego, la Bactriana, una estela mutilada, que, como lo demostró L. Robert, comprendía originalmente una serie completa de 140 máximas deificas. Fue Clearco, el discípulo de Aristóteles, quien las había hecho grabar en el siglo ni d.C. Vemos aquí la importancia que el pueblo griego atribuía a la educación moral.

A partir del siglo VI se agregará otro componente a la noción de sophia, con el desarrollo de las ciencias "exactas", la medicina, la aritmética, la geometría, la astronomía. Ya no sólo hay "expertos" (sophoi) en el ámbito de las artes o de la política, sino también en el científico. Por otro lado, desde Tales de Mileto se desarrolló una reflexión cada vez más precisa en el campo de lo que los griegos llamaban la phusis, es decir, el fenómeno del crecimiento de los seres vivos, del hombre, pero también del universo, reflexión que además a menudo se mezclaba íntimamente, como en Heráclito, por ejemplo, o sobre todo en Demócrito, con consideraciones éticas.

En cuanto a los sofistas, serán llamados así debido a su intención de enseñar a los jóvenes la sophia: "Mi oficio —decía el epitafio de Trasímaco— es la sophia".Para los sofistas, la palabra sophia significa en primer lugar un saber hacer en la vida política, pero implica también todos los componentes que entrevimos, sobre todo la cultura científica, por lo menos en la medida en que forma parte de la cultura general.