miércoles, 25 de febrero de 2009

LOS PRESOCRÁTICOS

LOS PRESOCRÁTICOS
LOS FILÓSOFOS QUE DIERON UNA VISIÓN RACIONAL DE LA NATURALEZA

Los presocráticos basaron sus teorías en la especulación sobre el principio material de la naturaleza. Entre ellos se encuentran Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras, Heráclito, Parménides, Empédocles, Anaxágoras, Leucipo y Demócrito.

El nombre de presocráticos hace referencia a todos aquellos pensadores que ejercieron su labor filosófica antes de Sócrates (desde el año 624 a. C. hasta el siglo V a. C.). No obstante, esta cronología es bastante artificial, ya que muchos de estos hombres fueron contemporáneos e incluso sobrevivieron a Sócrates. Sin embargo, lo interesante de estos pensadores griegos, que no se denominaban a sí mismos filósofos (a excepción de Pitágoras) y que eran considerados magos, sabios, médicos, físicos, etc., estriba en que con ellos se inaugura la filosofía como paradigma racional autónomo y original, es decir, ocupan ese punto de bifurcación en el que se abrió paso un nuevo camino, el logos, la razón, que terminó desalojando la religión, el rito, el mito.

Es frecuente leer en muchos manuales de filosofía que los presocráticos suponen el paso del mito al logos. Tal interpretación, sin embargo, no está exenta de prejuicios y malentendidos, provenientes de una cierta manera de observar este fenómeno, manera heredada de la tradición positivista, que entendió la historia humana como un proceso lineal y ascendente de progreso en cuyo despliegue, el advenimiento y desarrollo de la razón positiva, científica y neutral implicaba un menoscabo, paulatino retroceso del pensamiento mítico y religioso.

Ni que decir tiene que, bajo esta hipótesis, el positivista se coloca en la posición privilegiada del que ostenta la victoria y desde esta superior jerarquía lanza su mirada estimativa con la que enjuicia y valora el «imperfecto» pasado. Friedrich Nietzshe y Giorgio Colli denunciaron esta postura, considerándola como premeditadamente falsa. La interpretación del nacimiento de la filosofía (y de los filósofos presocráticos) como el «paso del mito al logos», el tránsito de una sin-razón a una Razón plena. Para Nietzsche es precisamente la razón teórica que inauguran los presocráticos la que supone un giro decisivamente perverso y falsificador de la cultura. La historia de la filosofía es la historia de una decadencia, de un resentimiento.

Ahora bien, la escisión entre lo profano (razón, filosofía, ciencia) y lo sagrado creencia, mito, religión) no es tan evidente. El arte adivinatorio ha utilizado siempre Logoi, razones o mensajes divinos que debían ser astutamente interpretados. La pitonisa era una hermeneuta y su mántica (éxtasis, delirio, locura sagrada) degeneró en una razón dialéctica o discursiva que hundía sus raíces en el asombro, en el enigma. Y el primer enigma que sorprende al hombre es la physis, la naturaleza, torrente de todo brotar y surgir que ha de ser interpretado y conocido para ser dominado. El conocimiento, como la mántica, implica una «anticipación», una previsión de futuro que sólo se puede dar si se conocen las reglas, los principios que rigen (mandan) el aparente caos del acontecer. La pregunta por el principio de todas las cosas, por el arjé de la physis, caracteriza a los filósofos presocráticos. que respondieron a ella de muy diversas maneras.

Una primera respuesta la encontramos en Tales de Mileto (h. 624 a. C.-h. 546 a. C.), para el cual el principio o arjé era el agua, afirmación que se fundamentaba en la observación de que todo cuerpo, alimento ó germen poseía la cualidad de lo húmedo, siendo el agua su principio rector. Lo importante de dicha afirmación no estriba en la elección del principio, sino en la afirmación de la necesidad de la existencia de éste para explicar ¡a multiplicidad empírica y en que la arjé se formula fuera de todo contenido religioso. Si Tales es el primer filósofo, la filosofía surge como una explicación genealógica de lo real, de la physis, como generalización de la ley universal de todo acontecer.

El segundo presocrático del que tenemos noticia fue Anaximandro (610 a. C.545 a. C.), autor del más antiguo texto filosófico conocido, que dice así: «De donde las cosas tienen origen, hacia allí tiene lugar también su perecer, según la necesidad; pues dan justicia y pago unas a otras de la injusticia según el orden del tiempo». La naturaleza se concibe como retribución, como justicia (diké) cuya ley es la necesidad. Toda la multiplicidad (determinada) de seres surge de un principio que ya no es un «elemento físico», sino un preelemento indefinido e indeterminado: el apeiron (de péras, límite, determinación). El apeiron es la génesis y principio de los seres, por lo que ello mismo evade y rehuye toda determinación. La arjé de toda determinación no puede ser ella misma determinación alguna, y de ella brota el conflicto de la generación de los seres, como una segregación de parejas de contrarios que han de ser «devueltos» (según justicia) a lo indeterminado siguiendo la ley de la necesidad. Lo interesante del pensamiento de Anaximandro es la negación de toda evidencia empírica. El apeiron es un principio abstracto, hipotético, que contradice toda experiencia sensible.

Para Anaxímenes de Mileto (h. 582 a. C.-524 a. C.), la arjé o principio creador de todas las cosas es el aire, que por condensación y enrarecimiento, en ciclos infinitamente repetidos, origina todos los seres y sus diferencias cualitativas. Aire es también el alma (psiché), soplo o aliento divino similar al aire que nos rodea.

Heráclito de Éfeso (h. 544 a. C.-480 a. C.) fue el último de los presocráticos que vivió en Jonia. Familiarizado con los cultos mistéricos (Deméter), su escritura es premeditadamente enigmática, de igual manera que el logos mántico lo es, motivo por el cual se le dio el sobrenombre de «el Oscuro». Afirmó que el origen de todas las cosas es la guerra, la lucha y oposición de contrarios de la que surge la armonía, según una inexorable ley que remite a una unidad oculta: el logos, el fuego eterno que «se enciende según medida y se apaga según medida». Todas las cosas están sujetas a un devenir perpetuo donde todo fluye y nada permanece, y donde el nacer o perecer de un ser implica necesariamente el nacer o perecer de su contrario. La naturaleza es conflicto, lucha de presencias y ocültamientos: «Nos bañamos y no nos bañamos en el mismo río; somos y no somos».

A la figura de Heráclito se le suele contraponerla de Parménides de Elea (finales del siglo VI a. C.), el cual niega todo devenir como pura apariencia de ser. El mundo fenoménico, del cambio, es un engaño de los sentidos, mera apariencia. Todo pensar se encuentra siempre en la encrucijada de dos caminos: el primero es el camino del uno, «que es y que no es no-ser». El segundo es el del «que no es y que no-ser es necesario». Es decir, la diosa le muestra los dos caminos, pero éstos no manifiestan lo que hay, sino que establecen la legitimidad que nos permitirá decir y pensar el ser de lo que es: el ser es eterno, infinito, continuo, único e inmóvil. El conocimiento del ser se opone a la doxa, opinión, las cosas sensibles que son pura apariencia de ser, el camino equivocado.

Pitágoras de Samos (h. 580 a. C.-500 a. C.), huyendo de la tiranía de Polícrates, se instaló en Crotona, donde fundó una comunidad de discípulos unidos por un estilo de vida y una normatividad comunes, una especie de asociación religiosa que perseguía la purificación (katarsis) del alma de las pasiones del cuerpo y su «salvación» a través de ciertas prácticas ascéticas que no debían ser reveladas a nadie ajeno a la comunidad. Pitágoras consideró que el alma era inmortal, «del linaje de los dioses», cuya unión con el cuerpo significaba un hundimiento, una «prueba» que ésta debía sufrir antes de su definitiva liberación (o hundimiento) de los ciclos de las reencarnaciones.

Muy importante fue su doctrina del número, según la cual, éste es concebido como la arjé o principio de todo lo presente y de todo lo pensable. Pero el numero ha de entenderse cualitativamente y como determinación ontológica, no cuantitativamente. Dentro de esta doctrina, los pitagóricos le concedieron especial importancia al tetraktys, es decir, a la serie numérica 1 +2 + 3 +4, cuya suma es igual a 10 (década), igual que son diez los principios de los opuestos e incluso los cuerpos celestes: nueve• visibles y una ariti-Tierra añadida (Antikton). El movimiento de los planetas y las estrellas produce una música celestial (armonía de las esferas) inaudible a los hombres pues es el silencio que acoge y en el que tiene lugar todo sonido.

Entre los últimos presocráticos debemos mencionar a Jenófanes de Colofón (h. 570 a. C.-470 a. C.), que defendió la tesis de un sólo Dios. «el mayor entre los dioses y los hombres, en nada semejante a los mortales, ni en la figura ni en el pensamiento». De su poema De la naturaleza de las cosas sólo se conservan algunos versos.

También habría que mencionar a Empédocles de Agrigento (h. 490 a. C.-h. 430 a. C.), mago, profeta y adivino que estableció la teoría de los cuatro elementos (fuego, aire, tierra y agua) como principios genéticos y rectores del cosmos, elementos que se combinan como resultado de un equilibrio entre el amor (atracción) y el odio (repulsión).

De suma importancia son también Demócrito de Abdera (h. 460 a. C.-370 a. C.) y Leúcipo (h. 460 a. C.-h. 370 a. C.), que desarrollaron la teoría del atomismo, según el cual el mundo está compuesto (arjé) exclusivamente de átomos en movimiento en un espacio vacío, explicación que ha venido a denominarse mecanicismo y que será desarrollada en siglos posteriores por pensadores como Descartes o Hobbes. Estos átomos son eternos, distinguiéndose únicamente por su distinta figura, posición y orden. De los movimientos azarosos de los átomos en el espacio vacío, surgen «vórtices» O torbellinos que originan infinitos mundos, uno de los cuales habitamos nosotros.

Fuente Consultada: Gran Enciclopedia Universal (Espasa Calpe)

¡POR TODOS LOS DIOSES! ...cap III: ZEUS Y SU GRAN Y ENREVESADA FAMILIA

—Eres avispado y curioso, muchacho, ya lo vengo notando.

Te gusta la claridad de ideas. Por eso, vamos a comenzar por el principio, precisamente para que no ocurra en tu cabeza lo que ocurrió al comienzo del mundo, en que únicamente reinaba el caos, es decir, la confusión y el desorden.

Del caos surgieron el Cielo y la Tierra, los hombres y todas las cosas del universo, y los dioses del Olimpo se encargaron de velar por ellas.

Y el padre y señor de todos los dioses, el cabeza de familia del Olimpo, por así decirlo, era el gran Zeus o Júpiter Tenante.

—Alto ahí, maestro, ¿o el uno o el otro?

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que si el padre de los dioses era Zeus o era Júpiter.

—Ay, perdóname, muchacho, tienes razón, tenía que haber comenzado por acla- rarte también esto: Zeus y Júpiter son solo dios. Sí, una única divinidad pero nom- brada de dos formas diferentes. Zeus es el nombre que le dábamos nosotros, los griegos, y Júpiter es el que le otorgaron después j los romanos.

—Claro, entonces de ahí viene la expresión «¡Por Júpiter!», similar a la que tú empleas invocando a Zeus.

—Justo. Pero vamos a dejar una cosa bien sentada desde el comienzo: los nombres auténticos de los dioses son los nuestros, los de la mitología griega. La mitología romana es una copia servil de la nuestra, y en lo único que se molestaron los cesares, sacerdotes y senadores romanos fue en cambiar los nombres a los dioses para que el plagio no resultara tan palpable. ¡En eso estriba toda su originalidad, ya ves tú!

Pero ocurrió luego una cosa: como ellos fueron unos guerreros empedernidos y conquistaron medio mundo, impusieron su religión y sus dioses —que, en realidad, eran los nuestros— a los vencidos, y de ahí que los nombres de las divinidades romanas resulten más conocidos y familiares en la historia que los nombres auténticos de las divinidades helénicas.

¿Te acuerdas que al hablarte del palacio del Olimpo te conté que había sido labrado por Hefesto o Vulcano? Hefesto es el nombre griego, Vulcano, el que los romanos le dieron al mismo dios. Y lo cierto es que Vulcano se ha quedado para la posteridad; hasta el propio pintor Velázquez, cuando lo representa trabajando el metal en su forja, titula el lienzo «La fragua de Vulcano».

¡Gajes de la historia! Se apropian de nuestros dioses, les cambian de nombre para que no se note el hurto, y luego son estos nombres los que perduran. Pero, tampoco vamos a hacer de esta nimiedad una cuestión de vida o muerte, ¿no te parece? Zeus o Júpiter, Júpiter o Zeus, el padre de los dioses siempre será el padre de los dioses, y toda la familia olímpica lo reconocerá como tal sin disputarle jamás la primacía.

Zeus está en el más alto trono del Olimpo, y a sus pies están los tronos de los demás dioses. ¡Que son legión en la mitología clásica, muchacho, legión! «No hay hombre en el mundo», decía Hesíodo, otro poeta épico como yo, «que sea capaz de recordarlos todos».

Había dioses para personificar todas las virtudes y todos los vicios, cada fenómeno de la Tierra y del Cielo, cada arte y cada profesión. Las grandes ciudades y las pequeñas aldeas tenían, también, su dios o diosa protectores.

Pero toda esta pléyade de divinidades estaban debidamente jerarquizadas en grupos o categorías:

Primero, los grandes dioses o dioses superiores, en número de veintidós, de los cuales doce formaban la corte olímpica o celeste y tenían voz y voto en las deliberaciones.

Los seguían los dioses inferiores, que eran los protectores específicos de los campos, de las familias, de las ciudades, así como las divinidades domésticas y las alegóricas, entre otras muchas.

Finalmente, y ya sin derecho a morar en el Olimpo a no ser que el Consejo de los doce grandes lo permitiese, estaban los semi-dioses o héroes, como lo fue el desdichado Tántalo. Se denominaba así a aquellos hombres nacidos de la unión de un dios con una mujer mortal o bien de un mortal con una diosa. A lo largo de esta historia irán saliendo nuevas aventuras de famosos héroes mitológicos. ¡Que son tantos o más que la pléyade de los dioses, figúrate!

—Pero siempre Zeus o Júpiter rigiendo toda esta larga y complicada familia, ¿no es eso?

—Exactamente. Y, sin embargo, fíjate qué detalle más curioso. No es él el primero de los dioses, cronológicamente hablando.

—Ah, ¿no?

—No. Te contaré brevemente su origen y cómo consiguió implantar su señorío único e incuestionable en la cima del Olimpo.

Creo haberte dicho que al principio de los tiempos sólo existía el caos. De él surgieron Urano, dios del Cielo, y Gea, diosa de la Tierra, divinidades ambas las más primitivas de toda la mitología.

Gea y Urano forman, pues, la primera pareja divina y engendran a los titanes, extraños e indomables monstruos de cincuenta cabezas y cien manos cada uno. Urano, al verlos tan horribles, monta en cólera y los encierra a todos en las entrañas del Tártaro, o sea, en el infierno. Pero Gea es una madre y las madres idolatran y protegen a sus hijos, sean feos o bellos. Así que se pone de parte de ellos e incluso incita al primogénito, Cronos —denominado luego Saturno por los romanos—, a que destrone a su padre y se deshaga de él como único medio de que todos sus hermanos puedan quedar libres.

Cronos ocupa el trono divino de su padre y se casa con Rea. Pero hete aquí que pronto empieza a sufrir negras pesadillas y presagios, vaticinándole que quizá sus hijos puedan hacer con él lo mismo que él hizo con su padre, Urano. Ni corto ni perezoso —está visto que en esta familia el amor paternofilial no era la virtud más cultivada— decide deshacerse, uno a uno, de cuantos vástagos vaya dándole su esposa Rea.

Y de nuevo es la madre la que pone orden en esta trágica historia. Profundamente desolada por la suerte de sus hijos, decide un día no entregarle ni un recién nacido más a Cronos-Saturno. Nace Zeus y Rea lo esconde en la isla de Creta, donde es amamantado por una cabra y alimentado con la miel de las doradas abejas de la joven y hermosa Ida.

Pasa el tiempo. Zeus (Júpiter para los romanos, no lo olvides) es ya un mancebo apuesto y aguerrido que se siente predispuesto a ocupar el trono de su padre Cronos o Saturno, tanto más cuanto que éste sigue atentando contra la vida de sus propios hijos, es decir, los hermanos de Zeus. Comienza por resucitar a todos aquéllos que su padre había ido matando al nacer, y con ellos declara la guerra a Cronos y a todos los hermanos de éste, a los terribles y monstruosos titanes. Ayudan, también, a Zeus los cíclopes, que otorgan al joven dios el trueno y el rayo, símbolos ya para siempre de su autoridad y de su omnipotencia.

La batalla es formidable, mucho más que las que yo luego contaría en mi Iliada entre griegos y troyanos. ¡Versos labrados en oro serían precisos para narrar aquella divina epopeya!

Finalmente vence Zeus, arroja a Cronos-Saturno y a los titanes a las profundidades del Tártaro, y se proclama rey y señor del Olimpo para siempre, repartiéndose el dominio del mundo con sus hermanos Poseidón y Hades (Neptuno y Plutón para los romanos). Al primero le otorga el mar y al segundo el tenebroso mundo subterráneo o también llamado infierno.

—Una extraordinaria historia. Pero muy violenta, maestro, no me digas tú que eso de que los dioses anden liquidándose los unos a los otros o monten guerras entre ellos como si fueran...

—...como si fueran simples mortales quieres decir, ¿no es eso?

Es que como tales se comportan no pocas veces, muchacho, creo habértelo dicho ya antes. Y la razón es muy sencilla: a pesar de ser dioses, a pesar de dirigir e intervenir en la fortuna o infortunio de los hombres, nada pueden hacer contra su propio e irrevocable destino. El mismo Zeus Olímpico, padre y señor de todas las divinidades, se halla sometido a los hados caprichosos que pueden zarandearlo a su antojo. Hados que fueron, sin duda, quienes empujaron a Cronos, como acabamos de ver, a rebelarse contra su padre, Urano, a matar luego a sus propios hijos y a ser, finalmente, derrotado por uno de ellos: Zeus.

Tan sólo el amor materno, como habrás podido comprobar, puede más y vence a los hados y al destino. Tanto Gea como Rea, abuela y madre de Zeus, imponen su voluntad en esta trágica historia. El amor, en la mitología griega y romana, y yo diría que en todas las mitologías y religiones del mundo, siempre es más poderoso que el ciego destino, que el mal y que la misma muerte. Lo podrás comprobar en otras historias de dioses y de héroes, amigo mío.

Ahora, habíamos dejado al gran Zeus o Júpiter recién instalado en su trono del Olimpo, ¿no es así? Todos los dioses y todos los hombres, todos los estados y ciudades lo reconocieron de inmediato como el ser supremo. El es quien mantiene el orden y la justicia en el mundo. A la puerta de su palacio del Olimpo, según cuento yo en mi Ilíada, tiene dos jarrones de oro bruñido: uno contiene el bien y el otro el mal. Zeus distribuye a cada hombre el contenido de ambos recipientes por partes más o menos iguales. Aunque algunas veces hace uso únicamente de una de las ánforas, y entonces, ¡ay!, el destino de ese mortal es del todo venturoso o completamente trágico.

NOTA: gracias Cristian

viernes, 20 de febrero de 2009

LA TEOGONÍA, HESÍODO

NOTA: LOS NÚMEROS CORRESPONDEN A LAS PÁGINAS DEL TEXTO...

SI LES PARECE MÁS CÓMODO DESCÁRGUENLO DE: http://isaiasgarde.myfil.es/get_file?path=/hesiodo-la-teogonia.pdf


EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE ES PARA LA PRÓXIMA CLASE.




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1
LA TEOGONIA
HESIODO
Digitalizado por
http://www.librodot.com
2
2
Ante todo, cantemos a las Musas Heliconiadas que del Helicón habitan la
enorme y santa montaña, y con sus pies ligeros danzan en torno a la fuente
violeta y al altar del poderosísimo Cronión; y que, tras de lavar su cuerpo
delicado en el Permeso, o en la Hipocrene, o en el Olmeo sagrado, sobre la
cumbre del Helicón, forman encantadores coros y agitan los pies rápidamente.
Precipitándose desde allí, envueltas en un aire denso, elevan en la noche su
hermosa voz y loan a Zeus tempestuoso, y a la venerable Here, la argina, que
camina con sandalias doradas; y a la hija de Zeus tempestuoso, Atenea la de
los ojos claros; y a Febo Apolo, y a Artemisa, contenta de arrojar sus flechas; y
a Poseidón, que contiene la tierra y la sacude; y a Temis la venerable, y a
Afrodita la de párpados redondeados, y a Hebe, adornada de una de oro; ya a la
bella Dione, y a Eos, y al gran Helios, y a la luciente Selene, y a Latona, y a
Yapeto, y al sagaz Cronos, y a Gea, y al Océano, y a la negra Nix, y a la raza
sagrada de los demás Inmortales que siempre viven.
En otro tiempo, a Hesiodo eneseñaron ellas un hermoso canto mientras
apacentaba él sus rebaños bajo Helicón sagrado. Y por lo pronto, me hablaron
así esas Diosas, las Musas del Olimpo, hijas de Zeus Tempestuoso:
—Pastores que pasáis la vida al aire libre, raza vil, que no sois más que
vientres: nosotros sabemos decir numerosas, verosímiles ficciones; pero
también, cuando nos place, sabemos ensalzar la verdad.
Hablaron así las hijas veraces del gran Zeus, y me dieron como báculo pastoril
una rama de verde laurel admirable de coger; y me inspiraron una voz divina,
con objeto de que pudiese yo decir las cosas pasadas y futuras; y me ordenaron
que cantase a la raza de los dichosos Inmortales y a ellas mismas, que cantara
siempre desde el principio hasta el fin. Pero ¿a qué permanecer alrededor de la
encina y de la roca?
Comencemos por celebrar las musas que el padre Zeus, cantando, regocijan el
alma grande en el Olimpo, morada de los Inmortales.
Elevando su voz sagrada, celebran primero la raza de los Dioses venerables a
quines, en su origen, engendraron Gea y el anchuroso Urano; porque de éstos
nacieron los Dioses, manantial de bienes.
Luego, en honor a Zeus, padre de los Dioses y de los hombres, comienzan y
acaban de nuevo su canto diciendo que es el más fuerte de los Dioses y el más
poderoso. Por último, canta a la raza de los hombres y de los gigantes robustos,
y regocijan el alma de Zeus, en el Olimpo, las musas Olímpicas, hijas de Zeus
tempestuoso.
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3
Las parió en la Pieria, tras de unirse a su padre Zeus el Cronida, Mnemosina,
que mandaba en las colinas de Eleuter, para que fuesen olvido de males y fin
de penas. Durante nueve noches, unido a Mnemosina, el sabio Zeus, lejos de
los Inmortales, subió al lecho sagrado; pero, después de un año, y desarrollado
el curso de los meses, y al paso de días, parió ella nueve hijas, unánimes a
quienes placía la música y que tenía en su seno un corazón tranquilo.
Y es cerca de la cumbre del nevado Olimpo donde se forman sus coros
espléndidos y donde están sus hermosas moradas. Junto a ellas, en los
festines, se hallan las Cátites e Imero. Exhalando de su boca una voz amable,
cantan. Y celebran con himnos amables las leyes universales y las costumbres
venerables de los Inmortales.
Y subieron al Olimpo orgullosas de su hermosa voz y de su canto ambrosino. Y
en todas partes repercutía la tierra negra al son de sus himnos. Y bajo sus pies
se alzaba un ruido encantador. En tanto iban hacia su Padre, que reina en el
Urano y lleva el trueno y el rayo ardiente; su padre venció con su propio poder
a Cronos, su engendrador, y luego diestramente distribuyó entre los Inmortales
los debidos honores.
He aquí lo que cantaban las Musas, que tienen moradas olímpicas, las nueve
hijas engendradas por el gran Zeus: Clío, y Euterpe, y Talía, y Melpómene, y
Terpsícore, y Erato, y Polimnia, y Urania, y Caliope, que descuella entre todas
las demás, porque acompaña a los reyes venerables.
Cuando las hijas del gran Zeus quieren honrar a uno de entre ellos, en cuanto
ven venir a la luz uno de esos reyes criados por Zeus, le destilan en la lengua
un delicado rocío, y las palabras fluyen suaves de su boca, y los pueblos todos
le miran cuando dispensa justicia en equitativos juicios, y hablando con
destreza apacigua él de repente una disensión grande.
Y en efecto, los reyes prudentes en el ágora, hacen que se devuelva a sus
pueblos todos los bienes que se les ha arrebatado; y lo hacen fácilmente, con
ayuda de persuasivas palabras. Y si uno de ellos anda por la ciudad, como un
Dios, aplaca con su dulce majestad y brilla en medio de la muchedumbre. Tal
es el don sagrado de las Musas a los hombres.
Es a las Musas, es al Arquero Apolo a quienes se deben en la tierra las aedas y
los citaristas; pero los reyes vienen de Zeus. ¡Y es dichoso aquel a quien aman
las Musas! De su boca fluyen una voz dulce. Si se entristece alguien, gimiendo
en su corazón, con el alma herida por un dolor reciente, en cuanto un aeda
criado por las Musas celebre la gloria de los hombres antiguos y loe a los
Dioses dichosos que habitan el Olimpo, ese alguien olvidará sus males y no se
acordará más de sus dolores, pues los dones de las Diosas le habrán curado.
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¡Salve, hijas de Zeus! ¡Dadme vuestro canto que entusiasma! Celebrad a la raza
sagrada de los Inmortales que siempre viven y nacieron de Gea y de Urano el
del manto estrellado, y de los tenebrosa Nix, Dioses a quienes alimentaron las
saladas olas del Ponto.
Decid cómo nacieron en un principio con los Dioses, la tierra y los ríos, y el
inmenso Ponto que bate furioso y los astros resplandecientes y, por encima, el
anchuroso Urano. Decid también que Dioses, manantial de bienes nacieron de
ellos; y cómo, tras de repartirse en el origen honores y riquezas, se apoderaron
del Olimpo, el de numerosas cimas.
Decidme estas cosas, Musas de moradas olímpicas, y cuáles de entre ellas
fueron las primeras en un principio.
Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, asiento
siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado
Olimpo y él Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra
espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los Dioses Inmortales, que
rompe las fuerzas, y que de todos los Dioses y de todos los hombres domeña la
inteligencia y la sabiduría en sus pechos.
Y de Caos nacieron Erebo y la negra Nix, Eter y Hemero nacieron, porque los
concibió ella tras de unirse de amor a Erebo.
Y primero parió Gea a su igual en grandeza, al Urano estrellado, con el fin de
que la cubriese por entero y fuese una morada segura para los Dioses dichosos.
Y después parió a los Oreos enormes, frescos retiros de las divinas ninfas que
habitan las montañas abundantes en valles pequeños; y después, el mar estéril
que bate furioso, Ponto; pero a éste lo engendró sin unirse a nadie en las
suavidades del amor. Y después, concubina de Urano, parió a Océano el de
remolinos profundos, y a Coyo, y a Críos, y a Hiperión, y a Yapeto, y a Tea, y a
Rea, y a Temis, y a Mnemosina, y a Feba coronada de oro, y a la amable Tetis.
Y el último a quien parió fue el sagaz Cronos, el más terrible de sus hijos, que
cobró odio a su padre vigoroso.
Y parió también a los Cíclopes de corazón violento, Brontes, Steropes y el
valeroso Arges, que entregaron a Zeus el trueno y forjaron el rayo. Y eran en
todo semejantes a los demás Dioses, pero tenían un ojo único en medio de la
frente. Y se llamaban Cíclopes, porque en su frente se abría un ojo único y
circular. Y sus trabajos rebosaban fuerza, vigor y poder.
Y después, de Gea y de Urano nacieron otros tres hijos, grandes, muy fuertes,
horribles de nombrar: Coto, Briareo y Giges, raza soberbia. Y de sus hombros
arrancaban cien manos indomables, y cada uno de ellos tenía cincuenta
cabezas que se erguían sobre la espalda, por encima de sus miembros
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robustos. Y su fuerza era inmensa, invencible, dada su gran talla. De todos los
hijos nacidos de Gea y Urano, eran los más poderosos. Y desde el origen fueron
odiosos a su padre. Y conforme nacían, uno tras de otro, los sepultó,
privándolos de la luz, en las profundidades de la tierra. Y se alegraba de esta
mala acción, y la gran Gea gemía, por su parte, llena de dolor. Luego, ella
abrigó un designo malo y artificioso.
—Queridos hijos míos, vástagos de un padre culpable, si queréis obedecer,
tomaremos venganza de la acción injuriosa de vuestro padre, porque él fue
quien primero meditó un designo cruel.
Habló así, y el temor los invadió a todos, y no respondían ninguno de ellos. Por
fin, recobrando ánimo el grande y sagaz Cronos dijo así a su madre venerable:
—Madre, en verdad te prometo que llevaré a cabo esta venganza.
Efectivamente, ya no tengo respeto a nuestro padre, porque él fue quien
primero meditó un designo cruel.
Habló así, y la gran Gea se regocijó en su corazón. Y le escondió una
emboscada, y le puso en la mano la hoz de dientes cortantes, y le confió todo
su designio. Y llegó el gran Urano, trayendo la noche, y se tendió sobre Gea por
entero y con todas sus partes, lleno de un deseo de amor. Y fuera de la
emboscada, su hijo le cogió la mano izquierda, y con la derecha asió la hoz
horriblemente, inmensa, de dientes cortantes. Y cercenó rápidamente las partes
genitales de su padre, y las arrojó detrás de sí. Y no se escaparon en vano de
su mano.
Gea recogió todas las gotas sangrientas que manaron de la herida; y
transcurrido los años, parió a las robustas Erinnias y a los grandes Gigantes de
armas resplandecientes, que llevan en la mano largas lanzas; y a las Ninfas que
en la tierra inmensa son llamadas Melias.
Y las partes que había cercenado, Cronos las mutiló con el acero, y las arrojó
desde la tierra firme al mar de olas agitadas. Flotaron mucho tiempo sobre el
mar, y del despojo inmortal brotó blanca espuma, y de ella salió una joven. Y
primero fue llevada ésta hacia la divina Citeres; y de allí, a Cipros la rodeada de
olas.
Abordó la tierra la bella y venerable Diosa, y la hierba crecía bajo sus pies
encantadores. Y fue llamada afrodita, la Diosa de hermosas bandeletas, nacida
de la espuma, y Citerea, porque abordó a Citeres; y Ciprigenia, porque arribó a
Cipros la rodeada de olas, y Filomedea, porque había salido de las partes
genitales.
Eros la acompañaba, y el hermoso Imero la seguía, apenas nacida, en tanto que
se presentaba a la asamblea de los Dioses. Y desde el origen, por elección de la
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Moira, tuvo el honor de presidir, entre los hombres y los Dioses inmortales, las
entrevistas de las vírgenes, las sonrisas, las seducciones, el dulce encanto, la
ternura y las caricias.
Y el Padre, el gran Urano, apodó Titanes a los hijos que engendrara,
maldiciéndolo, diciendo que habían extendido la mano para cometer un gran
crimen, del cual se tomaría venganza en el porvenir.
Y Nix parió al odioso Moro y a la Ker negra y a Tanatos. También parió a
Hipnos y a la muchedumbre de los sueños. Y la divina y sombría Nix no se
había unido para eso a ningún Dios. Y después parió a Momo y a Ezis, pletórico
de dolores; y a la Hespérides, a quienes, allende el ilustre Océano, están
confiadas las manzanas de oro y los árboles que las ostentan. Y parió a las
Moiras y a las Keres inhumanas, Cloto, Lacesis y Atropos, que a los hombres
mortales dispensan al nacer bienes y males, y persiguen los crímenes de
hombres y de Dioses, y no renuncian jamás a su cólera inexorable mientras no
hayan tomado del culpable una venganza terrible.
Y después, la funesta Nix parió a Némesis, ese azote de los hombres mortales;
luego, a Apate y a Filotas, y a la abrumadora Gera y a la tozuda Eris. Y
después, la odiosa Eris parió al duro Pono y a Leteo, y a Lemo, y a Algos, por
quien se llora; y a Ismina, y a Fonos, y las Batallas, y el Exterminio de los
guerreros, y los Perjurios, y las palabras engañosas, y las Contestaciones, y los
Menosprecios de las leyes, y a Ate, que son inseparables; y a Horco, terrible
para los hombres terrestres, y que los hiere en cuanto uno de ellos intenta
perjurar.
Y Ponto engendró a Nereo, veraz y enemigo de la mentira, el mayor de sus hijos.
Se llama el Anciano, porque es dulce y veraz, y por que no se olvida de la
justicia, y porque sus decisiones son equitativas y sabias. Y después, Ponto
engendró al gran Taumas, y al robusto Forcis, y a Ceto la de hermosas mejillas,
tras de unirse a Geo, y a Euribia, que tenía en su pecho un corazón de acero.
Y de Nereo y de Doris la de hermosa cabellera, hija del río sin fin, Océano, nació
en el mar estéril la raza encantadora que constituye la envidia de las diosas:
Pronto, y Eucrate, y Sao, y Anfitrita, y Eudore, y Tetis, y Galena, y Glauca, y
Cimotoe, y la rápida Speo, y la riente telea, y la graciosa melita, y Eulimena, y
Agave, y Pasite, y Erato, y Eunice la de los brazos rosados, y Doto, y Proto, y
Ferusa, y Dinamena, y Nesea, y Actea, y Protomedea, y Doris, y Pánope, y la
bella Galatea, y la encantadora Hipotoe, e Hiponoe la de los brazos rosados. Y
Cimodoca, que aplaca fácilmente las olas del negro amar y el soplo de los
vientos sagrados, y Cimatolega, y Anfitrita la adornada de hermosos pies, y
Cimo, y Eona, y Halimeda, ricamente coronoda; y la alegre Glauconoma, y
Pontoporea, y Liagore, y Evagore, y Laomedea, y Pulimoma, y Autonoe, y
Lisiana, y Evarne, dotada de un amble natural y de una forma perfecta; y
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Pásmate la de hermoso cuerpo, y la divina Menipa, y Neso, y Eupompe, y
Temisto, y Pronoe, y Nermertes, que tenía el alma de su padre inmortal.
Así es que del irrepochable Nereo nacieron cincuenta hijas conocedoras de las
obras perfectas.
Y Taumas se casó con la hija del profundísimo Océano, Electra, que parió a la
rápida Iris y a las Harpías de amplias cabelleras, Aelo y Ocipete, que igualaban
a la rapidez de los vientos y de las aves con sus prontas alas, volando a través
del aire.
Y Ceto unida a Forcis engendró a las Greas de hermosas mejillas, canas desde
su nacimiento. Y por eso las llaman Greas los Dioses inmortales y los hombres
que andan sobre la tierra: Pefredo la de hermoso velo y Enio ya del pelo color de
azafrán; y las Gorgonas que habitan al otro lado del ilustre Océano, en las
últimas extremidades, hacia la noche, donde están las Herpérides de voces
sonoras; las Gorgonas Stino y Euriala, y Medusa abrumada de males. Y ésta
era mortal, pero las otras eran inmortales y estaban exentas de vejez ambas. Y
Poseidón el de cabellos negros se unió a Medusa en una pradera, sobre
flores primaverales. Y cuando Perseo le cortó la cabeza, nació de ella el gran
Crisaor, y el caballo Pegaso también. Y a éste se le llamó así porque nació cerca
de las fuentes oceánicas, y a aquél porque tenía en sus manos una espada de
oro.
Y Perseo, volando lejos de la tierra fecunda en rebaños, llegó hasta los Dioses. Y
habita en las moradas de Zeus, y en sus lomos le lleva el trueno y el rayo.
Y Crisior engendró a Gerión el de tres cabezas, tras de unirse a Caliroe, hija del
ilustre Océano. A Gerión lo mató el poderoso Heracles junto a sus bueyes en
Eritea la rodeada de olas, en aquel día en que le arrebató sus bueyes a los
condujo a la divina Tirinto, habiendo surcado el mar y matado a Orto y al
boyero Euritión en un negro establo, allende el ilustre Océano.
Y Caliroe dio a luz un ser monstruoso, invencible, en ningún modo semejante a
los hombres mortales y a los Dioses inmortales. En un antro hueco, parió a la
divina Ekdna la de corazón firme, mitad ninfa de ojos negros y de hermosas
mejillas, mitad serpiente monstruosa, horrible, inmensa, de colores varios,
alimentada de carnes crudas en los antros de la tierra divina. Y su morada está
en el fondo de una caverna, bajo una roca hueca, lejos de los Dioses
inmoratales y de los hombres mortales; porque los Dioses le dieron esas
moradas ilustres. Y estaba encerrada en Arimo, debajo de la tierra, la
abrumadora Ekidan, la Ninfa inmortal, preservada de la vejez y de todo ataque.
Y dicen que Tifón se unió de amor con ella, ese Viento impetuoso y violento,
con esa hermosa Ninfa de ojos negros.
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Y quedó ella encinta, y dio a luz, y fue el primero de sus hijos Ortos, el perro de
Gerión. Luego parió al monstruoso e inefable Cerbero, perro de Ades y comedor
de carne cruda, el de la voz de bronce, el de las cincuenta cabezas, impúdico y
vigoroso. Y después, parió a la odiosa Hidra de Lernea, que fue criada por la
Diosa Here la de los brazos blancos, para que la sirviese de auxiliar en su odio
insaciable contra la Fuerza Heracleana. Pero la mató con el bronce mortal el
hijo de Zeus, el Anfitrionida, ayudado por el bravo Yolao y siguiendo los
consejos de la devastadora Atenea.
Y después, Ekidna parió a Kimera la de aliento terrible, horrenda, enorme,
cruel y robusta. Tenía tres cabezas: la primera de león feroz, la otra de cabra y
la tercera de dragón vigoroso. León por enfrente, dragón por detrás, cabra por
en medio, soplaba de un modo horrible, lanzando el ímpetu de una llama
ardiente. La mataron Pegaso y el bravo Belerofonte.
Y después, Ekidna parió a la Esfinge, ese azote de los hijos de Cadmo, tras de
unirse a Orto; y luego, al León nemeo que crió Here, la esposa venerable de
Zeus, y que situó en la fértil Nemea, para ruina de los hombres. Y la fiera allá
asolaba las tribus de los hombres, reinando en el Treto, en Nemea y en el
Apesas. Pero le dio muerte la fuerza del poderoso Heracles.
Por último, Ceto, unida de amor a Forcis, parió una serpiente terrible que, en
los flancos de la tierra negra, en la extremidades del mundo, guarda las
manzanas de oro.
Tal es la raza de Ceto y de Forcis.
Y Tetis concibió de Océano y parió los Ríos remolinantes: el Nilo, y el Alfeo, y el
Eridano de re remolinos profundos, y el Strimón, y el Haliacmón, y el
Heptáforo, y el Grenico, y el Esepo, y el Simios, y el Peneo, y el Hermo, y el Ceco
de corriente encantadora, y el gran Sagario, y el Ladón, y el Partenio, y el
Eveno, y el Ardesco, y el divino Scamandro.
Y Tetis parió también la raza sagrada de las Ninfas que, sobre la tierra, educan
a los jóvenes con ayuda del Rey Apolo y de los Ríos, porque de Zeus recibieron
esa tarea: Pito, y Admeta, y Yanta, y Electra, y Doris, y Primno, y Urania,
semejante a las Diosas, e Hipo, y Climena, y Rodia, y Caliroe, y Zeuxo, y Clicia,
e Idia, y Pasitoe, y Plexaura, y Galaxaura, y la amable Dione, y Melobosis, y
Toe, y la bella Polidora, y Cercis, de feliz natural, y Pluto la de los ojos de buey,
y Perseida, y Yanira, y Acasta, y Xanta, y la graciosa Petrea, y Menesto, y
Europa, y Metis, y Eurinome, y Telesto la del peplo color de azafrán, y Crisia, y
Asia, y la amable Calipso, y Eudora, y Tica, y Anfiro, y Ociroe, y Stigia, que
descuella entre todas las demás.
Y de Tetis y de Océano nacieron estas Ninfas, las mayores de todas, pues
quedan otras muchas. Y hay, en efecto, tres mil hijas rápidas de Océano
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dispersas por la tierra y en los lagos profundos, y que habitan en todas partes,
ilustre raza de Diosas. Y hay otros tantos ríos de corriente retumbante, hijos de
Océano, paridos por la venerable Tetis. Y sería difícil a un hombre todos los
nombres que llevan; pero quienes habitan a sus orillas los conocen todos.
Y Tea parió al gran Helios y a la luciente Selene, y a Eos, que trae la luz a todos
los hombres terrestres y a los Dioses inmortales que habitan el anchuroso
Urano. Y los parió tras de unirse de amor a Hiperión.
Y Euribia, tras de unirse de amor a Creo, parió al gran Astreo y a Palas, porque
ésta era una Diosa poderosa, y a Perses, que sobresalía en todos los trabajos.
Eos, unida a Astreo, parió a los Vientos impetuosos: el ágil Zéfiro y el rápido
Bóreas, y Noto. Y los parió tras de unirse a un Dios. Luego parió a la estrella
portaluz, nacida por la mañana, y a los Astros resplandecientes de que está
coronado Urano.
Y Stigia, hija de Océano, unida a Palas parió en sus moradas a Zelo y a Nica la
de hermosos pies, y a Crato y a Bía, hijos suyos muy ilustres. Y su morada y
su residencia no los alejan de Zeus, y no tienen ellos otro camino que aquel por
donde el Dios les precede, sino que permanecen siempre junto a Zeus, y no
tienen ellos otro camino que aquel por donde el Dios les precede, sino que
permanecen siempre junto a Zeus, que truena potentemente. Así lo obtuvo
Stigia, la incorruptible Océanida, el mismo día en que el fulminante Olímpico
convocó a todos los Dioses inmortales en el anchuroso Urano, diciéndoles que
ningún Dios que combatiera con él contra los Titanes se vería privado de
recompensa, sino que conservaría los honores que poseyera ya entre los Dioses
inmortales. Y dijo que aquellos que de Cronos no hubiesen tenido honores ni
recompensas recibirían estos honores y estas recompensas con arreglo a la
justicia.
Y Stigia fue la primera que se presentó en el Olimpo con sus hijos, siguiendo
los consejos de su padre bienamado; y Zeus la honró y le hizo dones preciosos,
y quiso que sirviese ella para el juramento solemne de los Dioses y que sus
hijos permaneciesen siempre con él. Y asimismo mantuvo las promesas hechas
a los otros Dioses, porque es poderosísimo y reina.
Y Feba subió al lecho deseado de Ceo, y la Diosa quedó encinta por el amor de
un Dios, y parió a Latona la del peplo azul, siempre encantadora, dulce para los
hombres y para los Dioses inmortales, amable desde su nacimiento, y que hizo
entrar la alegría en el Olimpo. Y Feba parió también a la ilustre Asteria, a quien
Perses condujo en otro tiempo a su vasta morada, con el fin de que se la
llamase esposa suya.
Y Asteria, que se quedó encita, parió a Hécate, a quien honró entre todas Zeus
Cronida. Y le otorgó, como legado ilustre, que mandara en la tierra y en el mar
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estéril. Ya le fue otorgado este don por Urano estrellado, y era muy honrada por
los Dioses inmortales.
Y efectivamente, cuando uno de los hombres terrestres hace hoy sacrificios
expiatorios, según costumbre, invoca a Hécate, y le es concedido
inmediatamente un gran favor, y la Diosa benévola atiende su plegaria y le
colma de riquezas, porque eso es fácil para ella.
Cuantos honores recibieron de la Moira los hijos de Gea y de Urano, los posee
Hécate también, porque el Cronida no le arrebató el poderío ni ninguno de los
honores que ella poseía bajo los antiguos Dioses Titanes, sino que ella posee
cuanto le fue otorgado al principio. Y por ser hija única, no es menos honrada
la Diosa en la tierra y en el Urano que en el mar; y es más poderosa todavía,
porque la honra Zeus. A aquel a quien ella quiere ayudar magníficamente, le
ayuda, y brilla en las asambleas de los hombres, si quiere. Cuando se arman
los guerreros para el combate terrible, entonces la Diosa favorece a quienes
quiere, y les otorga una pronta victoria y da la gloria.
Se asienta junto a los reyes venerables, cuando juzgan. Cuando los guerreros,
reunidos, se entregan a las luchas, la Diosa les es propicia y los ayuda. Al que
descuella por su valor y su fuerza, le es otorgado inmediatamente un premio
hermoso, y él, en tanto, feliz, da gloria a sus padres. Ella favorece a los jinetes,
cuando quiere; y a los que hienden el glauco mar agitado, cuando suplican a
Hécate y al retumbante Poseidón, la Diosa ilustre les depara fácilmente, si
quiere. Con Hermes, multiplica en los establos los rebaños de bueyes, y los
rebaños de cabras, y los rebaños de ovejas lanudas; y a su agrado, los acrece
en número o los disminuye. En fin, como es hija única de su madre, se halla
revestida de todos los honores entre los Dioses, y el Cronida la hizo nodriza de
todos los hombres que, después de ella, vean con sus ojos la luz de la
chispeante Eos. Así es que, desde un principio, nutre ella a los jóvenes, y tales
son sus honores.
Y Rea, subyugada por Cronos, parió una ilustre raza: Istia, Deméter, Here la de
sandalias doradas y el poderoso Edes, que habita bajo tierra y cuyo corazón es
inexorable; y el retumbante Poseidón, y el sabio Zeus, padre de los Dioses y de
los hombres, cuyo trueno conmueve la tierra anchurosa.
Pero el gran Cronos los tragaba a medida que desde el seno sagrado de su
madre le caían en las rodillas. Y lo hacia así con el fin de que ninguno ente los
ilustres Uranidas poseyese jamas del poder supremo entre los Inmortales.
Porque, efectivamente, Gea y Urano estrellado le enteraron de que estaba
destinado a ser domeñado por su propio hijo, por los designios del gran Zeus, a
pesar de su fuerza. Y por eso, no sin habilidad, meditaba sus estratagemas y
devoraba a sus hijos. Y Rea estaba abrumada de un dolor grande.
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Pero, cuando iba a partir a Zeus, padre de los Dioses y de los hombres, suplicó
a sus queridos padres, Gea y Urano estrellado, que le enseñasen los medios de
que se valdrían para ocultar el alumbramiento de su querido hijo y para poder
castigar los furores paternos contra los otros hijos a quienes Cronos había
devorado. Y Gea y Urano atendieron a su hija bienamada y le revelaron cuáles
serían los destinos del rey Cronos y de sus hijos magnánimos.
Y la envidiaron a Lictos, rica ciudad de la creta, en el momento de ir ella a
partir al último de sus hijos al gran Zeus. Y la gran Gea le recibió en la vasta
Creta, para criarle y educarle. Y por lo pronto le llevó a Lictos, atravesando la
noche negra; luego, cogiéndole con sus manos, le escondió dentro de un antro
elevado, en los flancos de la tierra divina, sobre el monte Argeo, cubierto de
espesas selvas. Después, tras envolver entre mantillas una piedra enorme, Rea
se la dio al gran príncipe Uranida, al antiguo rey de los dioses, y éste la cogió y
se la echó al vientre.
¡Insensato! No preveía en su espíritu que, merced a esta piedra, sobreviviría su
hijo invencible y en seguridad y domeñándole muy pronto con la fuerza de sus
manos, le arrebataría su poderío y mandaría por sí solo en los inmortales. Y el
vigor y los miembros robustos del joven rey crecían rápidamente y transcurrido
un tiempo, embaucado por el consejo astuto de Gea, el sagaz Cronos devolvió
toda su raza, vencido por los artificios y por la fuerza de su hijo.
Y primero vomitó la piedra que se había tragado la última. Y Zeus la sujetó
fuertemente a la tierra espaciosa, sobre la divina Pito, en el fondo de las
gargantas del Parnesio para que fuese un monumento futuro y una maravilla
para los hombres mortales.
Y Zeus libró de sus cadenas abrumadoras a sus tíos, los Uranidas, a quienes
habían encadenado sus padres en un acceso de demencia. Y correspondieron
ellos en este beneficio, y le dieron el trueno, y la blanca centella, y el relámpago,
que hasta entonces había escondido la gran Gea en su seno. Y desde aquella
sazón, confiado en sus armas, Zeus manda en los hombres y en los dioses.
Y Yapeto desposó a la Oceánida de hermosos pies Climena, y compartió el
mismo lecho que ella. Y ésta parió al magnánimo Atlas, y Amenetio, orgulloso
de su gloria, y a Prometeo, sagaz y astuto, y al insensato Epimeteo, quien desde
el origen fue funesto para los hombres industriosos, por ser el primero en
casarse con una virgen imaginada por Zeus. Por lo que respecta al imperioso
Menetio, el previsor Zeus le sumió en el Erebo, hiriéndole con la blanca
centella, a causa de su maldad y de su insolencia orgullosa. Por una dura
necesidad, Atlas sostiene el anchuroso Urano, en las extremidades de la tierra,
enfrente de las sonoras Hesperides manteniéndose en pie y lo sostiene con su
cabeza y con sus manos infatigables, porque el prudente Zeus le deparó este
destino.
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Y Zeus sujetó con cadenas sólidas al sagaz Prometeo, y le ató con duras
ligaduras al rededor de una columna. Y le envió un águila de majestuosas alas
que le comía su hígado inmortal. Y durante la noche renacía la parte que
le había comido durante todo el día el ave de alas desplegadas. Pero el hijo
vigoroso de alemana la de hermosos pies, Heracles, mato al águila, y ahuyentó
este mal horrible lejos del Yapeteonida, y le libró de este suplicio. Y esto no fue
contra la voluntad de Zeus Olímpico que reina en las alturas, sino a fin de que
la gloria de Heracles, nacido en Tebas, fuese todavía mayor sobre la tierra
sustentadora. Así, queriendo honrar a su ilustrísimo hijo, renunció a la cólera
que concibiera en otro tiempo contra Prometeo, quien había luchado con
astucias contra el poderoso Cronión.
Y efectivamente, cuando los Dioses y los hombres mortales disputaban en
Mecona, Prometeo mostró un gran buey que adrede había repartido, queriendo
engañar al espíritu de Zeus.
De una parte, las carnes y las entrañas crasas la metió en la piel,
recubriéndolas en el vientre del animal; y por otro lado, con una treta diestra,
dispuso hábilmente los huesos blanco del buey y los recubrió con buena
grasa. Y entonces le dijo el padre de los Dioses y de los hombres:
–¡Yapetionida, él más ilustre de los príncipes, oh caro ¿qué has hecho de las
partes desiguales? Así habló Zeus, siempre lleno de prudencia. Y el sagaz
prometeo le respondió, sonriendo para sí, pues no había olvidado su astucia:
— Gloriosísimo Zeus, el más grande de los dioses eternos, escoge de estas
partes la que tu corazón te persuada a escoger.
Habló así, con astutos pensamientos, pero Zeus, en la sabiduría eterna, no se
menosprecio y advirtió el fraude, y en su espíritu preparo calamidades a los
hombres mortales, Y estas desdichas debían cumplirse. Con una y otro mano
quito la blanca grasa, y se irritó en su espíritu, y el cólera invadió su corazón
en cuanto vio los huesos blancos del buey encubiertos mañosamente. Y de
aquel tiempo data el que la raza de los hombres queme para los Dioses los
huesos blancos sobre los altares perfumados entonces, muy irritado, le dijo
Zeus, el que amontona las nubes.
— ¡Yapetionida, habilísimo entre todos, oh caro! No has olvidado tus tretas
diestras.
Y habló así, lleno de cólera, Zeus, cuya sabiduría es eterna y desde aquel
tiempo, acordándose siempre de este fraude, rehusó la fuerza del fuego
inextinguible que brota del roce de los maderos de encina a los míseros
hombres mortales que habitan sobre la tierra.
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Pero todavía le engaño el hijo excelente de Yapeto, robándole una porción
espléndida del fuego inextinguible, que oculto en una caña hueca. Y fue
mordida en el fondo de su corazón Zeus, que truena en las alturas, Y la cólera
conmovió todo su corazón en cuanto vio resplandecer entre los hombres el
brillo del fuego. Y acusa de este fuego, los hirió con una pronta calamidad.
Y el ilustre Cojo hizo con barro, por orden del Cronida, una forma semejante a
una casta virgen. Y Atenea la de los ojos claros la adorno y la cubrió con una
blanca túnica. Y la cabeza le puso un velo ingeniosamente hecho y admirable
de ver; luego también le puso en la cabeza palas Atenea una guirnalda de
variadas flores frescas. Y al rededor de la frente le fue puesta una corona de oro
que había hecho por sí propio el ilustre cojo, quien le había labrado con sus
manos por complacer al padre de Zeus. Y en esta corona estaba esculpido
numerosas imágenes, admirable a la vista, de todos los animales a quienes
alimentaban la tierra firme y el mar. Y de estas imágenes brotaba una gracia
resplandeciente, admirable, y parecían vivas.
Y cuando hubo formado esta hermosa calamidad, a cambio de una buena obra,
condujo donde estaban reunido los dioses y los hombres a aquella virgen
adornada por la diosa de los ojos claros, nacido de un padre poderoso. Y la
admiración se apoderó de los dioses inmortales y de los hombres mortales, en
cuanto vieron esta calamidad fatal para los hombres. Porque de ella es de quien
procede la raza de las mujeres hembras, la más perniciosa raza de mujeres, el
más cruel azote que existe entre los hombres mortales, porque no se adhieren a
la pobreza sino a l a riqueza.
Y lo mismo que las abejas, en sus colmenas cubiertas de techos, alimentan al
os abejones, que no hacen más que daño y trabajan, madrugadoras durante
todo el día hasta declinar Helios, y hacen sus blancas celdas, mientras los
abejones penetran en las colmenas cubiertas de techos, llenándose el vientre
con el fruto de un trabajo ajeno; así Zeus que truena en las alturas dio esas
mujeres funestas a los hombres mortales, esas mujeres que no hacen mas que
daño.
Y también les envío otra calamidad a cambio de una buena obra. Aquel que,
rehuyendo el matrimonio y la preparación penosa de las mujeres, no tome
esposa, si llega a la vejez abrumadora sin hijos, se verán privados de los
ciudadanos que se tienen con los ancianos; y si no vivió pobre al menos, a su
muerte sus bienes serán repartidos entre sus parientes lejanos. Por lo que
respecta aquel a quien la Moira haya sometido al matrimonio, aunque tenga
una mujer casta y adornada de prudencia, no se mezclarán menos en su vida el
bien y el mal; pero, por lo que respecta a quien se haya casado con una mujer
mala por naturaleza tendrá en su pecho un dolor sin fin y su alma y su corazón
serán presa de un mal irremediable; Por que no es lícito engañar a Zeus, y no
se escapa a el.
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Así es que Prometeo y Apeteonida, que no era digno de ningún castigo, excito la
abrumadora cólera de Zeus, y a impulsos de la necesidad no obstante toda su
ciencia, sufrió una cadena pesada.
No bien el padre Zeus se irrito en su corazón contra Briareo, coto y Giges, los
sujeto con una fuerte cadena y por el temor de su valor y su fea catadura y su
alta talla, los encerró debajo de la tierra anchurosa y allí debajo de la tierra,
penetrados de dolores, permanecieron en las extremidades de la vasta tierra,
gemebundos y con el corazón lleno de una tristeza grande. Pero el Cronida y los
demás Dioses inmortales que Rea la de hermosos cabellos concibiera Cronos
los reintegraron a la luz, siguiendo los consejos de Gea. Esta en efecto, les dio
a entender cumplidamente que con ayuda de los gigantes alcanzaría a ellos la
victoria y una gloria resplandecientes.
Y combatieron largo tiempo, agobiados de rudos trabajos, los Dioses titanes y
todos los Dioses nacidos de Cronos, y se libraron batallas terribles. Y desde la
cumbre del Otris los titanes gloriosos y desde la cima del Olimpo los Dioses,
manantial de bienes, que los Cronos concibiera Rea la de hermosos cabellos,
combatían sin descanso, luchando unos contra otros con crueles fatigas
durante mas de diez años.
Y esta guerra no-tenia tregua ni fin, y se perturbaban entre ellos con iguales
probabilidades. Pero cuando Zeus ofreció a los gigantes el néctar y la ambrosía,
esos mensajes excelentes de que se alimentan los, mismos Dioses, se albergo
en los pechos de aquellos con valor mayor; Y cuando probaron el néctar y la
ambrosía, el padre de los Dioses y de los hombres les hablo así:
— Escuchadme, ilustres hijos de Gea y Urano a fin de que os diga lo que mi
corazón me inspira mi pecho. Hace ya demasiado tiempo que combatimos a
diario unos contra otros, por la victoria y por el imperio, los dioses titanes y
nosotros, que hemos nacido de cronos, emplead vosotros contra los titanes en
la refriega terrible vuestra fuerza inmensa y vuestras manos invencibles.
Recordad nuestra dulce amistad, y no olvidéis que después de tantos males,
libertados de una pesada cadena, habéis sido reintegrado a la luz, merced a
nuestros ciudadanos, desde el fondo de las tinieblas negras.
Hablo así, y el irreprochable coto le respondió:
—¡Venerable No ignoramos lo que dices, pero sabemos hasta que punto
descuella s en sabidurías y en inteligencia. Has rechazado lejos de los
inmortales un mal horrible, y merced a tu prudencia, desde el fondo de las
tinieblas negras hemos vuelto sobre nuestros pasos, libertados de nuestras
rudas cadenas, ¡oh rey, hijo de cronos! Después de haber sufrido
desesperadamente. Y por eso con corazón firme y buena voluntad, te
aseguramos ahora el imperio en esta lucha cruel, combatiendo contra los
titanes, en medio de rudos combates.
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Dijo así, y los Dioses, manantial de bienes, aplaudieron a sus palabras y sus
corazones desearon la guerra más que nunca. Y empeñaron violentas batalla en
aquel día todo los que estaban, varones y hembras, los Dioses titanes y los
Dioses nacidos de Cronos, y aquellos a quienes Zeus había reintegrado a la luz
del fondo de erebo subterráneo, violentos robustos, poseyendo fuerzas infinitas;
por que de sus hombros arrancaban cien manos, y cada uno tenia cincuenta
cabezas y que se erguían desde la espalda, por encima de sus miembros
robustos. Y opuesto a los titanes esta guerra desastrosa, llevaban en sus
manos sólidas enormes rocas. Y por otro lado, los titanes afirmaban sus
falanges con ardor, y en ambas partes se mostraba el vigor de las de los brazos
y el valor.
Y el mar inmenso resonó horriblemente, y la tierra mugía con fuerza, y el
anchuroso Urano gemía estremecido, y el gran Olimpo temblaban sobre su
base al choque de los Dioses; y en el tártaro negro penetro un vasto estrépito,
ruido sonoro de pies, tumulto de la refriega y violencia de los golpes.
Y lanzaban unos contra otros los dardos lamentables, y su clamor confuso
subía hasta el Urano estrellado, mientras se exhortaban y se hería con grandes
gritos.
Y entonces ceso Zeus de contener sus fuerzas, y su alma al punto se lleno de
cólera, y desplegó todo su vigor, precipitándose llameante del Urano y del
Olimpo y con el trueno y el relámpago, volaban rápidamente de su mano
robusta las centellas, lanzando a lo lejos la llama sagrada y por todas partes
mugía, llameante, la tierra fecunda y las grandes selvas crepitaban en el fuego,
y toda la tierra ardía, y las olas de océano y el inmenso ponto se abrasaban, y
un vapor cálido envolvía a los titanes terrestres y encendía la llama,
prolongándose en el aire divino, y en los ojos de los más bravos estaban
deslumbrados por el resplandor irradiante de la centella y del relámpago.
Y el inmenso incendio invadía el caos y párese que aún ven los ojos y oyen los
oídos el trastorno de aquellos tiempos de antaño en que se golpeaban la tierra y
el anchuroso Urano, cundo con un estrépito sin limites iba hacer aplastada la
una por la otra, que se abalanzaba desde arriba. ¡tan horrible era el fragor del
combate de los Dioses!
Y todos los vientos levantaban con rabia torbellinos de polvo al estallar el
trueno, los relámpagos y la ardiente centella, esos dardos del gran Zeus y
lanzaba su estrépito sus clamores a atreves de ambas partes. Y una inmensa
algarabía envolvía el espantoso combate, y de ambos lados se desplegaba el
vigor de los brazos.
Pero la victoria se inclinó. Hasta entonces, abalanzándose los unos a los otros,
todos habían combatido bravamente en el terrible combate; pero, en la primera
fila, a la sazón empinando una lucha violenta, coto, Briareo y Giges el
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insaciable de combate, lanzaron trescientas rocas, una a una con sus manos
robustas, y cubrieron con sombra sus tiros a los dioses titanes, y en las
profundidades de la tierra anchurosa las precipitaron cargados de duras
ligaduras, habiendo domeñado con sus manos a estos adversarios de gran
corazón y los sumieron bajo tierra, tan lejos de la superficie como lejos esta la
tierra del Urano, porque el mismo espacio hay en entre la tierra y el negro
tártaro.
Rodando nueve noches y nueve días, llegaría a la tierra en el décimo día un
yunque de bronce caído del Urano; y rodando nueve noches y nueve días,
llegaría al negro tártaro en el décimo día un yunque de bronce caído de la
tierra.
Un recinto de bronce lo rodea, y la noche esparce tres muros de sombra en
torno ala entrada, por encima están las raíces de la tierra y del mar estéril y
allí, abajo la negra niebla, en este lugar infecto, en las extremidades de la tierra
inmensa, por orden de Zeus que amontona las nubes, están escondidos los
Dioses Titanes.
Y no tiene salida este lugar. Poseidón hizo sus puertas de bronce, y por todas
partes lo rodea de un muro; Y allí habitan Giges, Coto y Briareo el de gran
corazón, seguros guardianes de Zeus tempestuoso y allí, de la tierra sombría y
del tártaro negro, del mar estéril y del Urano estrellado, están alineados los
manantiales y los limites, horrendos infectos y detestados de los Dioses
mismos.
Es una sima enorme, y en todo un año no llegaría a su fondo quien tras pusiera
sus puertas, sino que seria llevando de aquí para allá por una impetuosa
tempestad, atroz y hasta para los Dioses inmortales es horrible esa sima
monstruosa, y allá se yergue la morada horrible de la noche negra, toda
cubierta de sombría nubes.
En la entrada el hijo de Yapeto, en pie, sostiene el anchuroso Urano con su
cabeza y con sus manos infatigables, y lleno de vigor. Y Nix y Hémera dan
vuelta alrededor, llamándose una a otra y transponiendo alternativamente el
umbral de bronce. Y la una entra y la otra sale, y jamás ese lugar la encierra de
una ves a ambas, sino que siempre, cuando la una esta fuera y se mueve sobre
la tierra, la otra vuelve, aguardando que llegue la ora de partida. Y Hemera trae
la luz penetrante a los hombres terrestres; y llevando en sus manos a Hipnos,
hermano de Tanatos, viene a su ves la peligrosa Nix, envuelta en una nube
negra, porque allí es donde habitan los hijos de la oscura Nix, Hipnos y
Tanatos, Dioses terribles. Y jamás los alumbrara con sus rayos el brillante
Helio, ora escale el Urano, ora descienda de el. El uno se pasea por la tierra y
por el ancho lomo del mar, tranquilo dulce para los hombres; pero el corazón
del otro es bronce, y su alma es de bronce en su pecho, y no suelta al primero
que coge entre los hombres, y es odioso a los inmortales mismos.
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Y en el fondo están las moradas sonoras del Dios subterráneos del poderoso
Edes y de la terrible Persefonia.
Y guarda las puertas un perro feroz, espantoso, y con malos instintos, a los
que entran les hace halagos con la cola y con las dos orejas; pero no los deja ya
salir, y lleno de vigilancia, devora a cuantos quieren transponer de nuevo el
lumbral del poderoso Edes y de la terrible Persefonia.
Y allí habita también la Diosa espantosa para los inmortales, la terrible Stigia,
hija mayor de Océano el de pronto reflujo. Lejos de los Dioses, habita moradas
ilustres, cubiertas de rocas enormes, y cuyo recinto lo sostiene hasta el Urano
un circulo de columnas de plata.
A veces, la hija de Taumas, Iris la de los pies ligeros, vuela allá como
mensajera, sobre el vasto lomo del mar, cuando entre los dioses se promueve
una querella o una disensión dé a mentido cualquier habitante de la morada
olímpica, Zeus envía a Iris con él objeto de que, para el gran juramento de los
Dioses coja a lo lejos un jarro de oro el agua famosa, helada que cae de una
roca escarpada y alta.
En el seno de la tierra espaciosa, corriendo en la noche negra, el agua del río
sagrado se convierte en un brazo del Océano, y la décima parte de ella queda
reservada, las otras nueve partes, alrededor de la tierra y del ancho lomo del
mar, vuelven a caer al mar en remolinos de planta; pero la décima que fluye de
la roca es el mayor castigo de los Dioses.
Si, al hacer las liberaciones, perjura un Dios entre los inmortales que evitan la
cumbre del nevado Olimpo, yace sin aliento durante todo un año, y no prueba
más la ambrosía y el néctar, si no que yace sin aliento y mudo en su lecho, y le
envuelve una modorra horrenda. Y cuando cesa su mal después de un largo
año, le apresa otro tormento más cruel.
Durante nueve años, esta relegado lejos de los Dioses eternos, jamás se
mezclan en los consejos ni en sus comidas. Y solamente el décimo año toma
parte en la asamblea de los dioses que habitan las moradas olímpicas.
Y así fue como los Dioses consagraron al juramento el agua incorruptible de
Stigia; esa agua antigua que atraviesa por el lugar donde, de la tierra sombría,
y del Tártaro negro, y del mar estéril, y del Urano estrellado, están alineados los
manantiales y los límites, horrendos, infectos y detestados de los Dioses
mismos.
Y allí están las espléndidas puertas y el umbral de bronce, inmutable,
construidas sobre profundas bases y surgido de sí propia. Y delante de ese
umbral, lejos de todo los Dioses, habitan los titanes, más allá del caos cubierto
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de nieblas; pero Giges y Coto los ilustres aliados de Zeus que truena
fuertemente, tienen sus moradas en los manantiales del Océano.
Por lo que afecta el vigoroso Briareo, Poseidón el que profundamente se
estremece le hizo yerno suyo, y le dio a su hija Cimopolea para que la despose.
Y en cuanto Zeus hubo expulsado del Urano a los titanes, la gran Gea parió su
último hijo, Tifoeo, tras unirse de amor al Tártaro por Afrodita de oro.
Y eran activas en el trabajo las manos, y eran infatigables los pies del Dios
robusto. Y de sus hombros salían cincuenta cabezas de un horrible dragón,
sacando lenguas negras. Y bajo las cejas, los ojos de estas cabezas
monstruosas llameaban fuego, y brotaba este fuego de todas estas cabezas que
miraban. Y salían voces de todas estas cabezas horrendas, produciendo sonidos
de toda clase, inefables, semejantes a las voces mismas de los Dioses, o a la vos
enorme de un toro mugir y feroz, o la de un león de alma hosca, —cosa
prodigiosa— al ladrido de los perrillos, o al ruido estridente de las altas
montañas.
Y acaso en aquel día se hubiese mandado en los mortales y en los inmortales,
si no lo hubiese comprendido así al punto el padre de los hombres y de los
Dioses, y trono con ímpetu y con fuerza, y por todas partes la tierra recibió una
conmoción horrible, y por encima de ella, el anchuroso Urano, y Ponto, y
Océano, y la profundidad de la tierra.
Y bajo los pies inmortales, se tambaleo el gran Olimpo cuando se levanto el rey,
y gimió la tierra. Y los vientos y la centella ardiente se esparcieron por todos los
lados sobre el negro mar, y la llama y el trueno, y el relámpago, y los torbellinos
de fuego del monstruo.
Y se quemaban toda la tierra, y todo el Urano, y todo el mar, y las olas hervían
a lo lejos y lo largo de las riveras, bajo el choque de los dioses, y la conmoción
era irresistible.
Y se espantó Edes el que manda en los muertos y se estremecieron los titanes
encerrados en el tártaro, en torno a cronos, al oír aquel clamor inextinguible y
aquel terrible combate.
Y haciendo acopio de fuerza, Zeus empuño sus armas, el trueno, el relámpago
y la centella abrasadora, y saltando del Olimpo, hirió a Tifoeo. Y así incedio
todas las enormes cabezas del monstruo feroz, y le venció por si bajo los golpes,
y Tifoeo cayo mutilado, y la gran Gea gimió por él.
Y la llama de la centella brotaba del cuerpo de este rey, caído en las gargantas
frondosas de una áspera montaña, y ardía toda la tierra inmensa en un vapor
ardiente, y corría como por la tierra divina corre, en manos de Hefesto, el
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estaño fundido por los herreros en un horno de anchas fauces, o como el
hierro, que es el mas sólido de todos los metales, en la garganta de una
montaña, vencido por el ardor del fuego. Así corría la tierra bajo el relámpago
del fuego ardiente, y Zeus, irritado, sumió a Tifoeo en el anchuroso tártaro.
Y de Tifoeo sale la fuerza de los vientos de soplo húmedo, excepto el noto, el
Bóreas y el rápido Zéfiro, que procede de zeus y son siempre utilísimos a los
hombres. Pero los demás vientos, sin utilidad, soliviantan el mar, y
precipitándose sobre el negro ponto, terrible azote de los hombres, forman
remolinos violentos y soplan de acá y allá y dispersan las naves y pierden a los
marineros; por que no hay remedio para la ruina de aquellos que se les
encuentran en el mar. Y sobre la superficie de la tierra inmensa y florida,
destruyen los hermosos trabajos de los hombres nacidos de ella, llenándolos de
polvo y de un ruido odioso.
Entretanto, después de llevar a cabo su obra los Dioses dichosos, lucharon
contra los titanes por los honores y el poder, por consejo de Gea
comprometieron a Zeus para que reiniciase y mandase en los inmortales. Y el
Cronidas le respondió los honores con equidad.
Y por pronto, Zeus, el rey de los dioses, tomó por mujer a Metis, la más sabia
entre los inmortales y los hombres mortales pero, cuando ella iba a partir a la
Diosa Atenea la de los ojos claros, engañándole el espíritu con astucia y con
halagüeña palabras, Zeus la encerró en su vientre por consejo Gea y de Urano
estrellado.
Y se lo habían aconsejado éstos para que no poseyese el poderío real ningún
otro que Zeus entre los Dioses eternos; Porque estaba predestinado que de
Metis nacerían hijos sabios, y primeramente la virgen Tritogenia la de los ojos
claros tan poderosos como sus padres y tan sabia. Luego, habría de parir Metis
un hijo, rey de los Dioses y de los hombres, que poseería gran valor pero, antes
de eso, la encerró Zeus en su vientre, con el fin de que la diosa le diera la
ciencia del bien y del mal.
Y después, se desposo con la espléndida Temis, que le dio a luz las horas, a
Eunomia, a Dica y ala floreciente Irene, quienes maduran los trabajos de los
hombres mortales; y a la Moiras a quienes el sapientísimo Zeus concedió los
mayores honores, Cloto, Lacesis y Atropos, que dan a los hombres mortales la
facultad de poseer bienes o de sufrir males.
Y Eurinomia, la Oceanida, que tenia una belleza perfecta, parió a las tres
carites de hermosa mejillas: Aglea, Eufrosina y la amable Talia. Y emanando de
sus párpados, enerva la fuerza del deseo; y bajo sus cejas, son dulce sus ojos.
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Después, Zeus entró en la cama de demeter, la que cría todas las cosas, y esta
parió a Perfefonia la de hermosos brazos, la que edoneo arrebato su madre y la
que le concedió el sabio Zeus.
Después, Zeus amó a Mnemosina la de hermosos cabellos, de quienes nacieron
las musas tocadas con mitras de oro, las nueve musas, a quienes placen los
festines y la dulzura del canto.
La Latona parió a Apolo y a Artemisa gozosas de sus flechas, que son las más
hermosas entre todas los Uránicos, y los parió tras unirse a Zeus tempestuoso.
Por fin, se desposo Zeus con la ultima de sus esposas, con la espléndida Here,
que parió a Hebe, a Aves y Eetia tras unirse al rey de los Dioses y de los
hombres. Y el mismo hizo salir de sus cabezas a Tritogenia la de los ojos claros,
ardientes, que excita al tumulto y conduce a los ejércitos, invencible y
venerable, a quien placen los clamores, las guerras y las contiendas. Pero haré,
sin unirse a nadie, parió al ilustre Hefesto. Usando de sus propias fuerzas y
luchando contra su esposo, hábil en el arte entre todos los Uránicos.
Y de Anfitriana y del retumbante Poseidon nació el grande y poderoso Tritón,
que habita en la profundidad del mar, junto a su madre bien amada y a su
padre real, en las moradas de oro del gran Dios.
Y de Ares, rompedor de escudos, Citérea concibió a Fobo y a Deimo, Dioses
violentos, que dispersan las falangas de guerreros en la guerra horrible, y
acompañan a Ares, destructor de ciudades. Y parió también a Harmonía, con
quien se caso el magnánimo Cadmo.
Y de Zeus, Maya, la hija de Atlas, concibió el glorioso Hermes, heraldo de los
Dioses después de subir al lecho sagrado.
Y de Semele, la hija de Cadmo, tras unirse a Zeus parió a un hijo ilustre, al
alegre Dionisos. Siendo mortal, parió a un inmortal y ahora son Dioses ambos.
Y Alemena parió a la fuerza Heracleana, tras unirse a Zeus que amontona las
nubes.
Y el ilustre Hefesto, que cojea de ambos pies se caso con la brillante Aglea, la
mas joven de las carites.
Y Dionisos el de cabello de oro se casó con la rubia Ariadna, hija de Minos, y la
desposo en la flor de la juventud, y el Cronión la puso al abrigo de la vejez y la
hizo inmortal.
Y el robusto hijo de Alemena la de los hermosos pies, la fuerza Heracleana. Se
caso con Hebe después de sus terribles trabajos. Y desposo a esta hija del gran
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Zeus y de Here el de las sandalias doradas, a Hebe casta diosa, en el nevado
Olimpo. Después de llevar acabo acciones ilustres, dichosos, habita entre los
dioses, inmortal y al abrigo de la vejez.
Y del infatigable Helios, la ilustre Oceánida Persis concibió a Circes y al
príncipe Aetes. Y Aetes, hijo de Helios que da luz a los hombres, se caso con la
hija de Río sin fin Océano, por consejo de los Dioses, la ilustre Ídia la de
hermosas mejillas, quien parió a Medea la de hermosos pie, tras unirse a Aetes
y domeñada por Afrodita de oro.
Ahora, ¡salve, vosotros los que tenéis moradas olímpica, y vosotros, islas,
continentes, golfos salados del ponto!
Y ahora, cantad armoniosamente, Musas Olímpicas, hijas de Zeus
tempestuoso, a esa muchedumbre Diosas que, tras de compartir el lecho de
hombres mortales, aun siendo inmortales ellas, parieron a una raza semejante
a los Dioses.
Demeter, la más ilustres de las Diosas, parió a Pluto, tras unirse de amor al
héroe Jasio en un campo labrado tres veces, en la fértil Creta; al buen Pluto,
que va por toda la tierra y por el ancho lomo del mar. Y a todo hombre con
quien se encuentra o que se acerca a el le hace rico y le otorga una gran
felicidad.
Y de Cadmo, Harmonía, hija de Afrodita de oro, concibió a Ino, a Semele, Agave
la de hermosa mejillas y a Autonoe, con quien se caso Aristeo el de cabellos
espesos. Y también parió ella a Polidoro, en Tebas la ceñida de hermosas
murallas.
Y Caliroe, la hija de océano, unida de amor al magnánimo Crisaor por Afrodita
de oro, parió al más ilustre de los mortales, a Gerión a quien mató la fuerza
Heraclieana, a causa de los bueyes de los pies flexibles en Eritea la rodeada de
olas.
Y Eos engendró para Memnón el de casco de bronce, príncipe de los etoipes, a
Titón y también al rey Hematión. Y del Céfalo, concibió un hijo ilustre, el bravo
Faetón, hombre semejante a los dioses, quien adornado con la flor de su
brillante juventud, no pensaba sino a los juegos infantiles. Pero Afrodita, que
gusta de las sonrisas, se la llevo para hacerle guardián nocturno de sus
templos, como si fuera genio divino.
Y por voluntad de los dioses eternos, el Esonida rapto ala hija del príncipe
Ayetes, criado por Zeus, después de sufrir penosos y numerosos trabajos que le
impusiera el gran príncipe orgulloso Pelies, injurioso, impío y culpable de
grandes crímenes. Y el Esonida volvió a Yolcos, después de sufrir mucho,
llevándose en su nave rápida a la hermosa joven de los ojos negros con quien
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caso con su floreciente belleza, y que, domeñada por Jasón, pastor de pueblos,
parió a Medeo, a quien Filirida Kirón educó en las montañas.
Y así era como se cumplía la voluntad del gran Zeus.
Y la hija de Nereo, el anciano del mar, Psamate, la más ilustre entre las Diosas,
parió a Foco, unida a eaco por Afrodita de oro.
Y la Diosa Tetis la de los pies de plata, puesta en cinta por peleo, parió a Akileo
el de corazón de león el más invencible de los hombres.
Y Citerea la de hermosa corona parió a Eneas, después de unirse por amor al
héroe Ankises, en la cumbre del ida de numerosas gargantas y cubierto de
selvas.
Y Circe, hija de Helios Hiperionidas, concibió del paciente Odiseo a Agrio y al
irreprochable y robusto latinos. Y también, por Afrodita la divina, concibió a
Telegón, quienes mandaron a todos los ilustres tirrenos en el registro de las
islas sagradas.
Y Calipso, la más ilustre de las Diosas, concibió de Odiseo a Nausitoo y a
Nausinoo después de unirse a aquel de amor.
Y así fue como, tras de combatir el lecho de hombres mortales estas inmortales
concibieron hijos semejantes a los Dioses.
Y ahora, cantad a la muchedumbre de las demás mujeres, vosotras ¡oh Musas del Olimpo, las de
dulce voz, hijas de Zeus tempestuoso!

martes, 17 de febrero de 2009

EL MUNDO DE SOFÍA: Los mitos y la visión mítica del mundo


Los mitos
... un delicado equilibrio de poder entre las fuerzas del bien y
del mal...

A la mañana siguiente, no había ninguna carta para Sofía en el
buzón. Pasó aburrida el largo día en el instituto, procurando ser
muy amable con Jorunn en los recreos. En el camino hacia casa,
comenzaron a hacer planes para una excursión con tienda de
campaña en cuanto se secara el bosque.

De nuevo se encontró delante del buzón. Primero abrió una carta
que llevaba un matasellos de México. Era una postal de su padre en
la que decía que tenía muchas ganas de ir a casa, y que había
ganado al Piloto jefe al ajedrez por primera vez. Y también que
casi había terminado los veinte kilos de libros que se había llevado
a bordo después de las vacaciones de invierno.

Y había, además, un sobre amarillo con el nombre de Sofía escrito.
Abrió la puerta de la casa y dejó dentro la cartera y el correo, antes
de irse corriendo al Callejón. Sacó nuevas hojas escritas a máquina
y comenzó a leer.



La visión mítica del mundo

¡Hola, Sofía! Tenemos mucho que hacer, de modo que empecemos
ya.

Por filosofía entendemos una manera de pensar totalmente
nueva que surgió en Grecia alrededor del año600 antes de Cristo.
Hasta entonces, habían sido las distintas religiones las que
habían dado a la gente las respuestas a todas esas preguntas
que se hacían. Estas explicaciones religiosas se transmitieron de
generación en generación a través de los mitos.

Un mito es un relato sobre dioses, un relato que pretende
explicar el principio de la vida.

Por todo el mundo ha surgido, en el transcurso de los milenios,
una enorme flora de explicaciones míticas a las cuestiones
filosóficas. Los filósofos griegos intentaron enseñar a los seres
humanos que no debían fiarse de tales explicaciones.

Para poder entender la manera de pensar de los primeros
filósofos, necesitamos comprender lo que quiere decir tener una
visión mítica del mundo. Utilizaremos como ejemplos algunas
ideas de la mitología nórdica; no hace falta cruzar el río para
coger agua.

Seguramente habrás oído hablar de Tor y su martillo.
Antes de que el cristianismo llegara a Noruega, la gente creía que
Tor viajaba por el cielo en un carro tirado por dos machos
cabríos.

Cuando agitaba su martillo, había truenos y rayos.
La palabra noruega «torden» (truenos) significa precisamente
eso, «ruidos de Tor».

Cuando hay rayos y truenos, también suele llover. La lluvia tenía
una importancia vital para los agricultores en la época vikinga;
por eso Tor fue adorado como el dios de la fertilidad.

Es decir: la respuesta mítica a por que llueve, era que Tor agitaba
su martillo; y, cuando llovía, todo crecía bien en el campo.
Resultaba en sí incomprensible cómo las plantas en el campo
crecían y daban frutos, pero los agricultores intuían que tenía
que ver con la lluvia. Y, además, todos creían que la lluvia tenía
algo que ver con Tor, lo que le convirtió en uno de los dioses
más importantes del Norte.

Tor también era importante en otro contexto, en un contexto que
tenía que ver con todo el concepto del mundo.

Los vikingos se imaginaban que el mundo habitado era una isla
constantemente amenazada por peligros externos. A esa parte
del mundo la llamaban Midgard (el patio en el medio), es decir, el
reino situado en el medio. En Midgard se encontraba además
Asgard (el patio de los dioses), que era el hogar de los dioses.
Fuera de Midgard estaba Urgard (el patio de fuera), es decir, el
reino que se encontraba fuera. Aquí vivían los peligrosos trolls
(gigantes), que constantemente intentaban destruir el mundo
mediante astutos trucos.

A esos monstruos malvados se les suele llamar “fuerzas del
caos”. Tanto en la religión nórdica como en la mayor parte de
otras culturas, los seres humanos tenían la sensación de que
había un delicado equilibrio de poder entre las fuerzas del bien y
del mal.

Los trolls podían destruir Midgard raptando a la diosa de la
fertilidad, Freya. Si lo lograban, en los campos no crecería nada y
las mujeres no darían a luz. Por eso era tan importante que los
dioses buenos pudieran mantenerlos en jaque.

También en este sentido Tor jugaba un papel importante. Su
martillo no sólo traía la lluvia, sino que también era un arma
importante en la lucha contra las fuerzas peligrosas. El martillo
le daba un poder casi ilimitado. Por ejemplo, podía echarlo tras
los trolls y matarlos. Y además, no tenía que tener miedo de
perderlo, porque funcionaba como un bumerán, y siempre volvía
a él.

He aquí la explicación mítica de cómo se mantiene la naturaleza,
y cómo se libra una constante lucha entre el bien y el mal. Y esas
explicaciones míticas eran precisamente las que los filósofos
rechazaban.

Pero no se trataba únicamente de explicaciones. La gente no
podía quedarse sentada de brazos cruzados esperando a que
interviniesen los dioses cuando amenazaban las desgracias –
tales como sequías o epidemias–. Las personas tenían que tomar
parte activa en la lucha contra el mal. Esta participación se
llevaba a cabo mediante distintos actos religiosos o ritos.

El acto religioso más importante en la época de la antigua
Noruega era el sacrificio, que se hacía con el fin de aumentar el
poder del dios. Los seres humanos tenían que hacer sacrificios a
los dioses para que éstos reuniesen fuerzas suficientes para
combatir a las fuerzas del caos. Esto se conseguía, por ejemplo,
mediante el sacrificio de un animal al dios en cuestión. Era
bastante corriente sacrificar machos cabríos a Tor. En lo que se
refiere a Odín, también se sacrificaban seres humanos.

El mito más conocido en Noruega lo conocemos por el poema
«Trymskvida» (La canción sobre Trym).

En él se cuenta que Tor se quedó dormido y que, cuando se
despertó, su martillo había desaparecido. Se enfureció tanto que
las manos le temblaban y la barba le vibraba. Acompañado por
su amigo Loke fue a preguntar a Freya si le dejaba sus alas para
que éste pudiera volar hasta Jotunheimen (el hogar de los
gigantes), con el fin de averiguar si eran los trolls los que le
habían robado el martillo. Allí Loke se encuentra con Trym, el rey
de los gigantes, que, en efecto, empieza a presumir de haber
robado el martillo y de haberlo escondido a ocho millas bajo
tierra. Y añade que no devolverá el martillo hasta que no logre
casarse con Freya.

¿Me sigues, Sofía? Los dioses buenos se encuentran de repente
ante un dramático secuestro: los trolls se han apoderado de su
arma defensiva más importante, lo que da lugar a una situación
insostenible. Mientras los trolls tengan en su poder el martillo de
Tor, tienen el poder total sobre el mundo de los dioses y de los
humanos. Y a cambio del martillo exigen a Freya. Pero tal
intercambio resulta igual de imposible: si los dioses tienen que
desprenderse de su diosa de la fertilidad, la que vela por todo lo
que es vida, la hierba en el campo se marchitará y los dioses y
los humanos morirán. Es decir, la situación no tiene salida. Si te
imaginas un grupo de terroristas amenazando con hacer explotar
una bomba atómica en el centro de París o de Londres, si no se
cumplen sus peligrosísimas exigencias, entiendes muy bien esta
historia.

El mito cuenta que Loke vuelve a Asgard, donde pide a Freya que
se vista de novia, porque hay que casarla con los trolls.
Desgraciadamente, Freya se enfada y dice que la gente pensará
que está loca por los hombres si accede a casarse con un troll.

Entonces al dios Heimdal se le ocurre una excelente idea. Sugiere
que disfracen a Tor de novia. Podrán atarle el pelo y ponerle
piedras en el pecho para que parezca una mujer. Evidentemente
a Tor no le hace muy feliz esta propuesta, pero entiende
finalmente que la única posibilidad que tienen los dioses de
recuperar el martillo es seguir el consejo de Heimdal.

Al final, Tor se viste de novia. Loke le va a acompañar como
dama de honor. «Vayamos las dos mujeres a Jotunheimen», dice
Loke.

Si prefieres un idioma más moderno, diríamos que Tor y Loke
son los «policías antiterroristas» de los dioses. Disfrazados de
mujeres deben meterse en el baluarte de los trolls para
recuperar el martillo de Tor.

En cuanto llegan a Jotunheimen, los trolls empiezan los
preparativos de la boda. Pero, durante la fiesta nupcial, la novia –
es decir Tor–, se come un buey entero y ocho salmones. También
se bebe tres barriles de cerveza. A Trym le extraña, y los
«soldados del comando» disfrazados están a punto de ser
descubiertos. Pero Loke consigue escapar de la peligrosa
situación. Dice que Freya no ha comido en ocho noches por la
enorme ilusión que le hacía ir a Jotunheimen.

Trym levanta el velo para besar a la novia, pero da un salto del
susto, al mirar dentro de los agudos ojos de Tor. También esta
vez es Loke el que salva la situación. Dice que la novia no ha
dormido en ocho noches por la enorme ilusión que le hacía la
boda. Entonces Trym ordena que se traiga el martillo y que se
ponga sobre las piernas de la novia, durante la ceremonia de la
boda.

Se cuenta que Tor se echó a reír cuando le llevaron su martillo.
Primero mató con él a Trym, y luego a toda la estirpe de los
gigantes. Y así el siniestro secuestro tuvo un final feliz.
Una vez más, Tor –el Batman o el James Bond de los dioses- había
vencido a las fuerzas del mal.

Hasta ahí el propio mito, Sofía. ¿Pero qué significa en realidad?
No creo que se haya inventado sólo por gusto. Con este mito se
pretende dar una explicación a algo. Ese algo podría ser lo
siguiente: cuando había sequías en el país, la gente necesitaba
una explicación de por qué no llovía. ¿Sería acaso porque los
dioses habían robado el martillo de Tor?

El mito puede querer dar también una explicación a los cambios
de estación del año: en invierno, la naturaleza muere porque el
martillo de Tor está en Jotunheimen. Pero, en primavera,
consigue recuperarlo. Así pues, el mito intenta dar a los seres
humanos respuestas a algo que no entienden.

Pero habría algo que explicar además del mito. A menudo, los
seres humanos realizaron distintos actos religiosos relacionados
con el mito. Podemos imaginarnos que la respuesta de los
humanos a sequías o a malos años sería representar el drama
que describía el mito. Quizá disfrazaban de novia a algún
hombre del pueblo –con piedras en lugar de pechos- para
recuperar el martillo que los trolls habían robado. De esta
manera, los seres humanos podían contribuir a que lloviera y a
que el grano creciera en el campo.

Conocemos muchos ejemplos de otras partes del mundo en los
que los seres humanos dramatizaban un «mito de estaciones»,
con el fin de acelerar los procesos de la naturaleza.

Sólo hemos echado un brevísimo vistazo al mundo de la
mitología nórdica. Existe un sinfín de mitos sobre Tor y Odín,
Frey y Freya, Hoder y Balder, y muchísimos otros dioses. Ideas
mitológicas de este tipo florecían por el mundo entero antes de
que los filósofos comenzaran a hurgar en ellas.

También los griegos tenían su visión mítica del mundo cuando
surgió la primera filosofía. Durante siglos, habían hablado de los
dioses de generación en generación.

En Grecia los dioses se llamaban Zeus y Apolo, Hera y Atenea,
Dionisio y Asclepio, Heracles y Hefesto, por nombrar algunos.
Alrededor del año 700 a. de C., gran parte de los mitos griegos
fueron plasmados por escrito por Homero y Hesíodo.
Con esto se creó una nueva situación. Al tener escritos los mitos,
se hizo posible discutirlos.

Los primeros filósofos griegos criticaron la mitología de Homero
sólo porque los dioses se parecían mucho a los seres humanos y
porque eran igual de egoístas y de poco fiar que nosotros. Por
primera vez se dijo que quizás los mitos no fueran más que
imaginaciones humanas.

Encontramos un ejemplo de esta crítica de los mitos en el
filósofo Jenófanes, que nació en el 570 a. de C. «Los seres
humanos se han creado dioses a su propia imagen», decía.
«Creen que los dioses han nacido y que tienen cuerpo, vestidos e
idioma como nosotros. Los negros piensan que los dioses son
negros y chatos, los tracios los imaginan rubios y con ojos
azules. Incluso si los bueyes, caballos y leones hubiesen sabido
pintar, habrían representado dioses con aspecto de bueyes,
caballos y leones!»

Precisamente en esa época, los griegos fundaron una serie de
ciudades-estado en Grecia y en las colonias griegas del sur
de Italia y en Eurasia. En estos lugares los esclavos hacían todo
el trabajo físico, y los ciudadanos libres podían dedicar su
tiempo a la política y a la vida cultural.

En estos ambientes urbanos evolucionó la manera de pensar de
la gente. Un solo individuo podía, por cuenta propia, plantear
cuestiones sobre cómo debería organizarse la sociedad. De esta
manera, el individuo también podía hacer preguntas filosóficas
sin tener que recurrir a los mitos heredados.

Decimos que tuvo lugar una evolución de una manera de pensar
mítica a un razonamiento basado en la experiencia y la razón. El
objetivo de los primeros filósofos era buscar explicaciones
naturales a los procesos de la naturaleza.

Sofía dio vueltas por el amplio jardín. Intentó olvidarse de todo lo
que había aprendido en el instituto. Especialmente importante era
olvidarse de lo que había leído en los libros de ciencias naturales.
Si se hubiera criado en ese jardín, sin saber nada sobre la
naturaleza, ¿cómo habría vivido ella entonces la primavera?
¿Habría intentado inventar una especie de explicación a por qué de
pronto un día comenzaba a llover? ¿Habría imaginado una especie
de razonamiento de cómo desaparecía la nieve y el sol iba
subiendo en el horizonte?

Sí, de eso estaba totalmente segura, y empezó a inventar e imaginar.
El invierno había sido como una garra congelada sobre el país
debido a que el malvado Muriat se había llevado presa a una fría
cárcel a la hermosa princesa Sikita. Pero, una mañana, llegó el
apuesto príncipe Bravato a rescatarla. Entonces Sikita se puso tan
contenta que comenzó a bailar por los campos, cantando una
canción que había compuesto mientras estaba en la fría cárcel.

Entonces la tierra y los árboles se emocionaron tanto que la nieve
se convirtió en lágrimas. Pero luego salió el sol y secó todas las
lagrimas. Los pájaros imitaron la canción de Sikita y, cuando la
hermosa princesa soltó su pelo dorado, algunos rizos cayeron al
suelo, donde se convirtieron en lirios del campo.

A Sofía le pareció que acababa de inventarse una hermosa historia.
Si no hubiera tenido conocimiento de otra explicación para el
cambio de las estaciones, habría acabado por creerse la historia que
se había inventado.

Comprendió que los seres humanos quizás hubieran necesitado
siempre encontrar explicaciones a los procesos de la naturaleza. A
lo mejor la gente no podía vivir sin tales explicaciones. Y entonces
inventaron todos los mitos en aquellos tiempos en que no había
ninguna ciencia.
QUERIDOS ESTUDIANTES: LA LECTURA ES PARA LA PRÓXIMA CLASE.

miércoles, 11 de febrero de 2009

EL MUNDO DE SOFÍA

El jardín del Edén


.... al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de
donde no había nada de nada...
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera
parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn. Habían
hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era
como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy segura de
estar de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una
máquina.

Se habían despedido junto al hipermercado Sofía vivía al final de
una gran urbanización de chalets, y su camino al instituto, era casi
el doble que el de Jorunn. Era como si su casa se encontrara en el
fin del mundo, pues más allá de jardín no había ninguna casa más.
Allí comenzaba el espeso bosque.

Giró para meterse por el Camino del Trébol. Al final hacía una
brusca curva que solían llamar Curva del Capitán. Aquí sólo había
gente los sábados y los domingos.

Era uno de los primeros días de mayo. En algunos jardines se veían
tupidas coronas de narcisos bajo los árboles frutales. Los abedules
tenían ya una fina capa de encaje verde.
¡Era curioso ver cómo todo empezaba a crecer y brotar en esta
época del año! ¿Cuál era la causa de que kilos y kilos de esa
materia vegetal verde saliera a chorros de la tierra inanimada en
cuanto las temperaturas subían y desaparecían los últimos restos de
nieve?

Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un
montón de cartas de propaganda, además de unos sobres grandes
para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón
sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para
hacer los deberes.

A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco,
pero no era un padre normal y corriente. El padre de Sofía era
capitán de un gran petrolero y estaba ausente gran parte del año.
Cuando pasaba en casa unas semanas seguidas, se paseaba por ella
haciendo la casa mas acogedora para Sofía y su madre. Por otra
parte, cuando estaba navegando resultaba a menudo muy distante.
Ese día sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía.
«Sofía Amundsen», ponía en el pequeño sobre. «Camino del
Trébol 3. Eso era todo, no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía
sello.

En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre.
Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre
que la contenía. En la notita ponía: ¿Quién eres?
No ponía nada más. No traía ni saludos ni remitente, sólo esas dos
palabras escritas a mano con grandes interrogaciones.
Volvió a mirar el sobre. Pues sí, la carta era para ella. ¿Pero quién
la había dejado en el buzón?

Sofía se apresuró a sacar la llave y abrir la puerta de la casa pintada de rojo. Como de costumbre, al gato Sherekan le dio tiempo a salir de entre los arbustos, dar un salto hasta la escalera y meterse por la puerta antes de que Sofía tuviera tiempo de cerrarla.

–¡Misi, misi, misi!

Cuando la madre de Sofía estaba de mal humor por alguna razón,
decía a veces que su hogar era como una casa de fieras, en otras
palabras, una colección de animales de distintas clases. Y por
cierto, Sofía estaba muy contenta con la suya. Primero le habían
regalado una pecera con los peces dorados Flequillo de Oro,
Caperucita Roja y Pedro el Negro. Luego tuvo los periquitos Cada
y Pizca, la tortuga Govinda y finalmente el gato atigrado Sherekan.
Había recibido todos estos animales como una especie de
compensación por parte de su madre, que volvía tarde del trabajo,
y de su padre, que tanto navegaba por el mundo.

Sofía se quitó la mochila y puso un plato con comida para
Sherekan. Luego se dejó caer sobre una banqueta de la cocina con
la misteriosa carta en la mano.

¿Quién eres?
En realidad no lo sabía. Era Sofía Amundsen, naturalmente, pero
¿quién era eso? Aún no lo había averiguado del todo.

¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? Anne
Knutsen, por ejemplo. ¿En ese caso, habría sido otra?
De pronto se acordó de que su padre había querido que se llamara
Synnove. Sofía intentaba imaginarse que extendía la mano
presentándose como Synnove Amundsen, pero no, no servía. Todo
el tiempo era otra chica la que se presentaba.

Se puso de pie de un salto y entró en el cuarto de baño con la
extraña carta en la mano. Se coloco delante del espejo, y se miró
fijamente a sí misma.

–Soy Sofía Amundsen –dijo.
La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo
que hiciera Sofía, la otra hacia exactamente lo mismo. Sofía
intentaba anticiparse al espejo con un rapidísimo movimiento, pero
la otra era igual de rápida.

–¿Quién eres? –preguntó.
No obtuvo respuesta tampoco ahora, pero durante un breve instante
llegó a dudar de si era ella o la del espejo la que había hecho la
pregunta.
Sofía apretó el dedo índice contra la nariz del espejo y dijo:

–Tú eres yo:
Al no recibir ninguna respuesta, dio la vuelta a la pregunta y dijo:

–Yo soy tu.
Sofía Amundsen no había estado nunca muy contenta con su
aspecto. Le decían a menudo que tenía bonitos ojos almendrados,
pero seguramente se lo dirían porque su nariz era demasiado
pequeña y la boca un poco grande. Además, tenía las orejas
demasiado cerca de los ojos. Lo peor de todo era ese pelo liso que
resultaba imposible de arreglar. A veces su padre le acariciaba el
pelo llamándola la muchacha de los cabellos de lino», como la
pieza de música de Claude Debussy. Era fácil para él, que no
estaba condenado a tener ese pelo negro colgando durante toda su
vida. En el pelo de Sofía no servían ni el gel ni el spray.

A veces pensaba que le había tocado un aspecto tan extraño que se
preguntaba si no estaría mal hecha. Por lo menos había oído hablar
a su madre de un parto difícil. ¿Era realmente el parto lo que
decidía el aspecto que uno iba a tener?
¿No resultaba extraño el no saber quien era? ¿No era también
injusto no haber podido decidir su propio aspecto? Simplemente
había surgido así como así. A lo mejor podría elegir a sus amigos,
pero no se había elegido a sí misma. Ni siquiera había elegido ser
un ser humano.

¿Qué era un ser humano?
Sofía volvió a mirar a la chica del espejo.

–Creo que me subo para hacer los deberes de naturales –dijo, como
si quisiera disculparse. Un instante después, se encontraba en la
entrada.

No, prefiero salir al jardín, pensó.

–¡Misi, misi, misi, misi!

Sofía cogió al gato, lo sacó fuera y cerró la puerta tras ella.
Cuando se encontró en el caminito de gravilla con la misteriosa
carta en la mano, tuvo de repente una extraña sensación. Era como
si fuese una muñeca que por arte de magia hubiera cobrado vida.
¿No era extraño estar en el mundo en este momento, poder caminar
como por un maravilloso cuento?

Sherekan saltó ágilmente por la gravilla y se metió entre unos
tupidos arbustos de grosellas. Un gato vivo, desde los bigotes
blancos hasta el rabo juguetón en el extremo de su cuerpo liso.
También él estaba en el jardín, pero seguramente no era consciente
de ello de la misma manera que Sofía.

Conforme Sofía iba pensando en que existía, también le daba por
pensar en el hecho de que no se quedaría aquí eternamente.
Estoy en el mundo ahora, pensó. Pero un día habré desaparecido
del todo.

¿Habría alguna vida mas allá de la muerte? El gato ignoraría
también esa cuestión por completo?

La abuela de Sofía había muerto hacía poco. Casi a diario durante
medio año había pensado cuánto la echaba de menos. ¿No era
injusto que la vida tuviera que acabarse alguna vez?

En el camino de gravilla Sofía se quedó pensando. Intentó pensar
intensamente en que existía para de esa forma olvidarse de que no
se quedaría aquí para siempre. Pero resultó imposible. En cuanto se
concentraba en el hecho de que existía, inmediatamente surgía la
idea del fin de la vida. Lo mismo pasaba a la inversa: cuando había
conseguido tener una fuerte sensación de que un día desaparecería
del todo, entendía realmente lo enormemente valiosa que es la
vida. Era como la cara y la cruz de una moneda, una moneda a la
que daba vueltas constantemente. Cuanto más grande y nítida se
veía una de las caras, mayor y más nítida se veía también la otra.

La vida y la muerte eran como dos caras del mismo asunto.

No se puede tener la sensación de existir sin tener también la
sensación de tener que morir, pensó. De la misma manera, resulta
igualmente imposible pensar que uno va a morir, sin pensar al
mismo tiempo en lo fantástico que es vivir.

Sofía se acordó de que su abuela había dicho algo parecido el día
en que el médico le había dicho que estaba enferma. Hasta ahora
no he entendido lo valiosa que es la vida», había dicho.

¿No era triste que la mayoría de la gente tuviera que ponerse
enferma para darse cuenta de lo agradable que es vivir?
¿Necesitarían acaso una carta misteriosa en el buzón?
Quizás debiera mirar si había algo más en el buzón. Sofía corrió
hacia la verja y levantó la tapa verde. Se sobresaltó al descubrir un
sobre idéntico al primero. ¿Se había asegurado de mirar si el buzón
se había quedado vacío del todo la primera vez?

También en este sobre ponía su nombre. Abrió el sobre y sacó una
nota igual que la primera.

¿De dónde viene el mundo?, ponía.

No tengo la más remota idea, pensó Sofía. Nadie sabe esas cosas,
supongo. Y sin embargo, Sofía pensó que era una pregunta
justificada. Por primera vez en su vida pensó que casi no tenía
justificación vivir en un mundo sin preguntarse siquiera de dónde
venía ese mundo.

Las cartas misteriosas la habían dejado tan aturdida que decidió ir a
sentarse al Callejón.

El Callejón era el escondite secreto de Sofía. Solo iba allí cuando
estaba muy enfadada, muy triste o muy contenta. Ese día sólo
estaba confundida.

La casa roja estaba dentro de un gran jardín. Y en el jardín había
muchas partes, arbustos de bayas, diferentes frutales, un gran
césped con mecedora e incluso un pequeño cenador que el abuelo
le había construido a la abuela cuando perdió a su primer hijo, a las
pocas semanas de nacer. La pobre pequeña se llamaba Marie. En la
lápida ponía: «La pequeña Marie llegó, nos saludó y se dio la
vuelta.

En un rincón del jardín, detrás de todos los frambuesos, había una
maleza tupida donde no crecían ni flores ni frutales. En realidad,
era un viejo seto que servía de frontera con el gran bosque, pero
nadie lo había cuidado en los últimos veinte años, y se había
convertido en una maleza impenetrable. La abuela había contado
que el seto había dificultado el paso a las zorras que durante la
guerra venían a la caza de las gallinas que andaban sueltas por el
jardín.

Para todos menos para Sofía, el viejo seto resultaba tan inútil como
las jaulas de conejos dentro del jardín. Pero eso era porque no
conocían el secreto de Sofía.

Desde que Sofía podía recordar, había conocido la existencia del
seto. Al atravesarlo encogida, llegaba a un espacio grande y abierto
entre los arbustos. Era como una pequeña cabaña. Podía estar
segura de que nadie la encontraría allí.

Sofía se fue corriendo por el jardín con las dos cartas en la mano.
Se tumbó para meterse por el seto. El Callejón era tan grande que
casi podía estar de pie, pero ahora se sentó sobre unas gruesas
raíces. Desde allí podía mirar hacia fuera a través de un par de
minúsculos agujeros entre las ramas y las hojas. Aunque ninguno
de los agujeros era mayor que una moneda de cinco coronas, tenía
una especie de vista panorámica de todo el jardín. De pequeña, le
gustaba observar a sus padres cuando andaban buscándola entre los
árboles.

A Sofía el jardín siempre le había parecido un mundo en sí. Cada
vez que oía hablar del jardín del Edén en el Génesis, se imaginaba
sentada en su Callejón contemplando su propio paraíso.
«¿De dónde viene el mundo?»

Pues no lo sabía. Sofía sabía que la Tierra no era sino un pequeño
planeta en el inmenso universo. ¿Pero de dónde venía el universo?
Podría ser, naturalmente, que el universo hubiera existido siempre;
en ese caso, no sería preciso buscar una respuesta sobre su
procedencia. ¿Pero podía existir algo desde siempre? Había algo
dentro de ella que protestaba contra eso. Todo lo que es, tiene que
haber tenido un principio, ¿no? De modo que el universo tuvo que
haber nacido en algún momento de algo distinto.

Pero si el universo hubiera nacido de repente de otra cosa, entonces
esa otra cosa tendría a su vez que haber nacido de otra cosa. Sofía
entendió que simplemente había aplazado el problema. Al fin y al
cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde no había
nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan
imposible como pensar que el mundo había existido siempre?
En el colegio aprendían que Dios había creado el mundo, y ahora
Sofía intentó aceptar esa solución al problema como la mejor. Pero
volvió a pensar en lo mismo. Podía aceptar que Dios había creado
el universo, pero y el propio Dios, ¿qué? ¿Se creó él a sí mismo
partiendo de la nada? De nuevo había algo dentro de ella que se
rebelaba. Aunque Dios seguramente pudo haber creado esto y
aquello, no habría sabido crearse a si mismo sin tener antes un sí
mismo» con lo que crear. En ese caso, sólo quedaba una
posibilidad: Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había
rechazado esa posibilidad! Todo lo que existe tiene que haber
tenido un principio.

–¡Caray!

Vuelve a abrir los dos sobres.

¿Quién eres?
¿De dónde viene el mundo?»
¡Qué preguntas tan maliciosas! ¿Y de dónde venían las dos cartas?
Eso era casi igual de misterioso
¿Quién había arrancado a Sofía de lo cotidiano para de repente
ponerla ante los grandes enigmas del universo?
Por tercera vez Sofía se fue al buzón.

El cartero acababa de dejar el correo del día. Sofía recogió un
grueso montón de publicidad, periódicos y un par de cartas para su
madre. También había una postal con la foto de una playa del sur.
Dio la vuelta a la postal. Tenía sellos noruegos y un sello en el que
ponía Batallón de las Naciones Unidas». ¿Sería de su padre? ¿Pero
no estaba en otro sitio? Además, no era su letra.

Sofía notó que se le aceleraba el pulso al leer el nombre del
destinatario: Hilde Moller Knag c/o Sofía Amundsen, Camino del
Trébol 3...”. La dirección era la correcta. La postal decía:
Querida Hilde: Te felicito de todo corazón por tu decimoquinto
cumpleaños. Cómo puedes ver, quiero hacerte un regalo con el que
podrás crecer. Perdóname por enviar la postal a Sofía. Resulta
más fácil así.

Con todo cariño, papá.

Sofía volvió corriendo a la cocina. Sentía como un huracán dentro
de ella.

¿Quién era esa Hilde que cumplía quince años poco más de un mes
antes del día en que también ella cumplía quince años?

Sofía cogió la guía telefónica de la entrada. Había muchos Møller
Knag.

Volvió a estudiar la misteriosa postal. Sí, era autentica, con sello y matasellos.

¿Porqué un padre iba a enviar una felicitación a la dirección de
Sofía cuando estaba clarísimo que iba destinada a otra persona?

¿Qué padre privaría a su hija de la ilusión de recibir una tarjeta de
cumpleaños enviándola a otras señas? ¿Por qué resultaba «más
fácil así»! Y ante todo: ¿cómo encontraría a Hilde?

De esta manera Sofía tuvo otro problema más en que meditar.
Intentó ordenar sus pensamientos de nuevo:
Esa tarde, en el transcurso de un par de horas, se había encontrado
con tres enigmas. Uno era quién había metido los dos sobres
blancos en su buzón. El segundo era aquellas difíciles preguntas
que presentaban esas cartas. El tercer enigma era quien era Hilde
Møller Knag y por qué Sofía había recibido una felicitación de
cumpleaños para aquella chica desconocida. (15)

Estaba segura de que los tres enigmas estaban, de alguna manera,
relacionados entre si, porque justo hasta ese día había tenido una
vida completamente normal.



El sombrero de copa

... lo único que necesitamos para convertirnos en buenos
filósofos es la capacidad de asombro...

Sofía dio por sentado que la persona que había escrito las cartas
anónimas volvería a ponerse en contacto con ella. Mientras tanto,
optó por no decir nada a nadie sobre este asunto.

En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el
profesor; le parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia.
¿Porqué no hablaba de lo que es el ser humano, o de lo que es el
mundo y de cual fue su origen?

Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y
en todas partes la gente se interesaba solo por cosas más o menos
fortuitas. Pero también había algunas cuestiones grandes y difíciles
cuyo estudio era mucho mas importante que las asignaturas
corrientes del colegio.

¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al
menos, le parecía mas importante pensar en ellas que estudiarse de
memoria los verbos irregulares.

Cuando sonó la campana al terminar la ultima clase, salió tan
deprisa del patio que Jorunn tuvo que correr para alcanzarla.
Al cabo de un rato Jorunn dijo:

–¿Vamos a jugar a las cartas esta tarde?

Sofía se encogió de hombros.

–Creo que ya no me interesa mucho jugar a las cartas.
Jorunn puso una cara como si se hubiese caído la luna.

–¿Ah, no? ¿Quieres que juguemos al badmington?
Sofía mira fijamente al asfalto y luego a su amiga.

–Creo que tampoco me interesa mucho el badmington.

–¡Pues vale!

Sofía detectó una sombra de amargura en la voz de Jorunn.

–¿Me podrías decir entonces qué es lo que tan de repente es mucho
más importante?

Sofía negó con la cabeza.

–Es... es un secreto.

–¡Bah! ¡Seguro que te has enamorado!
Anduvieron un buen rato sin decir nada. Cuando llegaron al campo
de fútbol, Jorunn dijo:

–Cruzo por el campo.
«Por el campo.»Ese era el camino más rápido para Jorunn, el que
tomaba sólo cuando tenía que irse rápidamente a casa para llegar a
alguna reunión o al dentista.

Sofía se sentía triste por haber herido a su amiga. ¿Pero qué podría
haberle contestado? ¿Qué de repente le interesaba tanto quién era y
de donde surge el mundo que no tenía tiempo de jugar al
badmington? ¿Lo habría entendido su amiga?
¿Por qué tenía que ser tan difícil interesarse por las cuestiones más
importantes y, de alguna manera, más corrientes de todas?
Al abrir el buzón notó que el corazón le latía más deprisa. Al
principio, solo encontró una carta del banco v unos grandes sobres
amarillos para su madre. ¡Qué pena! Sofía había esperado ansiosa
una nueva carta del remitente desconocido.

Al cerrar la puerta de la verja, descubrió su nombre en uno de los
sobres grandes. Al dorso, por donde se abría, ponía:Curso de
filosofía. Trátese con mucho cuidado .

Sofía corrió por el camino de gravilla y dejó su mochila en la
escalera. Metió las demás cartas bajo el felpudo, salió corriendo al
jardín y buscó refugio en el Callejón. Ahí tenía que abrir el sobre
grande.

Sherekan vino corriendo detrás, pero no importaba. Sofía estaba
segura de que el gato no se chivaría.

En el sobre había tres hojas grandes escritas a maquina y unidas
con un clip. Sofía empezó a leer.




¿Qué es la filosofía?

Querida Sofía. Muchas personas tienen distintos hobbies. Unas
coleccionan monedas antiguas o sellos, a otras les gustan las
labores, y otras emplean la mayor parte de su tiempo libre en la
práctica de algún deporte.

A muchas les gusta también la lectura. Pero lo que leemos es
muy variado. Unos leen sólo periódicos o cómics, a algunos les
gustan las novelas, y otros prefieren libros sobre distintos
temas, tales como la astronomía, la fauna o los inventos
tecnológicos.

Aunque a mí me interesen los caballos o las piedras preciosas,
no puedo exigir que todos los demás tengan los mismos
intereses que yo. Si sigo con gran interés todas las emisiones
deportivas en la televisión, tengo que tolerar que otros opinen
que el deporte es aburrido
¿Hay, no obstante, algo que debería interesar a todo el mundo?
¿Existe algo que concierna a todos los seres humanos,
independientemente de quiénes sean o de en qué parte del
mundo vivan? Sí, querida Sofía, hay algunas cuestiones que
deberían interesar a todo el mundo. Sobre esas cuestiones trata
este curso.

¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una
persona que se encuentra en el límite del hambre, la respuesta
será comida. Si dirigimos la misma pregunta a alguien que tiene
frío, la respuesta será calor. Y si preguntamos a una persona que
se siente sola, la respuesta seguramente será estar con otras
personas.

Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que
todo el mundo necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan que
el ser humano no vive sólo de pan. Es evidente que todo el
mundo necesita comer. Todo el mundo necesita también amor y
cuidados. Pero aún hay algo más que todo el mundo necesita.
Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué
vivimos.

Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés
tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos.
Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado
por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven
en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el planeta y la
vida aquí, son preguntas más grandes y más importantes que
quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos
de invierno.

La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear
algunas preguntas filosóficas:

¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o intención
detrás de lo que sucede? ¿Hay otra vida después de la muerte?
¿Cómo podemos solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo:
¿cómo debemos vivir?

En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas
de este tipo. No se conoce ninguna cultura que no se haya
preocupado por saber quiénes son los seres humanos y de
dónde procede el mundo.

En realidad, no son tantas las preguntas filosóficas que podemos
hacernos. Ya hemos formulado algunas de las más importantes.

No obstante, la historia nos muestra muchas respuestas
diferentes a cada una de las preguntas que nos hemos hecho.

Vemos, pues, que resulta más fácil hacerse preguntas filosóficas
que contestarlas.

También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias
respuestas a esas mismas preguntas. No se puede consultar una
enciclopedia para ver si existe Dios o si hay otra vida después de
la muerte. La enciclopedia tampoco nos proporciona una
respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora de
formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de
gran ayuda leer lo que otros han pensado.

La búsqueda de la verdad que emprenden los filósofos podría
compararse, quizás, con una historia policíaca. Unos opinan que
Andersen es el asesino, otros creen que es Nielsen o Jepsen.
Cuando se trata de un verdadero misterio policíaco, puede que la
policía llegue a descubrirlo algún día. Por otra parte, también
puede ocurrir que nunca lleguen a desvelar el misterio. No
obstante, el misterio sí tiene una solución.

Aunque una pregunta resulte difícil de contestar puede, sin
embargo, pensarse que tiene una, y sólo una respuesta correcta.
O existe una especie de vida después de la muerte, o no existe.
A través de los tiempos, la ciencia ha solucionado muchos
antiguos enigmas. Hace mucho era un gran misterio saber cómo
era la otra cara de la luna. Cuestiones como ésas eran
difícilmente discutibles; la respuesta dependía de la imaginación
de cada uno. Pero, hoy en día, sabemos con exactitud cómo es la
otra cara de la luna. Ya no se puede «creer que hay un hombre en
la luna, o que la luna es un queso.

Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil
años pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los
seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir que
las preguntas filosóficas surgen por sí solas, opinaba él.

Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos
cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos
preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el
prestidigitador un par de pañuelos de seda blanca en un conejo
vivo?

A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como
cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de
copa que hace un momento estaba completamente vacío.

En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que
habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha
conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco
diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues
nosotros mismos andamos por la Tierra formando una parte del
mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se saca
del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo
blanco es simplemente que el conejo no tiene sensación de
participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos.

Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría
desvelar ese misterio.

P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con
el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos
minúsculos que vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero
los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos fines
pelillos para mirar a los ojos al gran prestidigitador.

¿Me sigues, Sofía? Continúa.

Sofía estaba agotada. ¿Si le seguía? No recordaba haber respirado
durante toda la lectura.

¿Quién había traído la carta? ¿Quién, quién?
No podía ser la misma persona que había enviado la postal a Hilde
Møller Knag, pues la postal llevaba sello y matasellos. El sobre
amarillo había sido metido directamente en el buzón, igual que los
dos sobres blancos.

Sofía miró el reloj. Sólo eran las tres menos cuarto. Faltaban casi
dos horas para que su madre volviera del trabajo.
Sofía salió de nuevo al jardín y se fue corriendo hacia el buzón. ¿Y
si había algo más?

Encontró otro sobre amarillo con su nombre. Miró a su alrededor,
pero no vio a nadie. Se fue corriendo hacia donde empezaba el
bosque y miró fijamente al sendero.

Tampoco ahí se veía un alma.

De repente, le pareció oír el crujido de alguna rama en el interior
del bosque. No estaba totalmente segura, sería imposible, de todos
modos, correr detrás si alguien intentaba escapar.

Sofía se metió en casa de nuevo y dejó la mochila y el correo para
su madre. Subió deprisa a su habitación, sacó la caja grande donde
guardaba las piedras bonitas, las echó al suelo y metió los dos
sobres grandes en la caja. Luego volvió al jardín con la caja en los
brazos. Antes de irse, sacó comida para Sherekan.

De vuelta en el Callejón, abrió el sobre y sacó varias nuevas hojas
escritas a maquina. Empezó a leer.




Un ser extraño

Aquí estoy de nuevo. Como ves, este curso de filosofía llegará en
pequeñas dosis. He aquí unos comentarios más de introducción.
¿Dije ya que lo único que necesitamos para ser buenos filósofos
es la capacidad de asombro? Si no lo dije, lo digo ahora: LO
ÚNICO QUE NECESITAMOS PARA SER BUENOS FILÓSOFOS ES LA
CAPACIDAD DE ASOMBRO.

Todos los niños pequeños tienen esa capacidad. No faltaría más.
Tras unos cuantos meses, salen a una realidad totalmente nueva.
Pero conforme van creciendo, esa capacidad de asombro parece
ir disminuyendo. ¿A qué se debe? ¿Conoce Sofía Amundsen la
respuesta a esta pregunta?

Veamos: si un recién nacido pudiera hablar, seguramente diría
algo de ese extraño mundo al que ha llegado. Porque, aunque el
niño no sabe hablar, vemos cómo señala las cosas de su
alrededor y cómo intenta agarrar con curiosidad las cosas de la
habitación.

Cuando empieza a hablar, el niño se para y grita «guau, guau»
cada vez que ve un perro. Vemos cómo da saltos en su cochecito,
agitando los brazos y gritando «guau, guau, guau, guau». Los que
ya tenemos algunos años a lo mejor nos sentimos un poco
agobiados por el entusiasmo del niño. «Sí, sí, es un guau, guau»,
decimos, muy conocedores del mundo, «tienes que estarte
quietecito en el coche». No sentimos el mismo entusiasmo.

Hemos visto perros antes.

Quizás se repita este episodio de gran entusiasmo unas
doscientas veces, antes de que el niño pueda ver pasar un perro
sin perder los estribos. O un elefante o un hipopótamo. Pero
antes de que el niño haya aprendido a hablar bien, y mucho antes
de que aprenda a pensar filosóficamente, el mundo se ha
convertido para él en algo habitual.

¡Una pena, digo yo!

Lo que a mí me preocupa es que tú seas de los que toman el
mundo como algo asentado, querida Sofía. Para asegurarnos,
vamos a hacer un par de experimentos mentales, antes de iniciar
el curso de filosofía propiamente.

Imagínate que un día estás de paseo por el bosque. De pronto
descubres una pequeña nave espacial en el sendero delante de ti.
De la nave espacial sale un pequeño marciano que se queda
parado, mirándote fríamente.

¿Qué habrías pensado tú en un caso así? Bueno, eso no importa,
¿pero se te ha ocurrido alguna vez pensar que tu misma eres una
marciana?

Es cierto que no es muy probable que te vayas a topar con un ser
de otro planeta. Ni siquiera sabemos si hay vida en otros
planetas. Pero puede ocurrir que te topes contigo misma. Puede
que de pronto un día te detengas, y te veas de una manera
completamente nueva. Quizás ocurra precisamente durante un
paseo por el bosque.

Soy un ser extraño, pensarás. Soy un animal misterioso.
Es como si te despertaras de un larguísimo sueño, como la Bella
Durmiente. ¿Quién soy?, te preguntarás. Sabes que gateas por un
planeta en el universo. ¿Pero qué es el universo?

Si llegas a descubrirte a ti misma de ese modo, habrás
descubierto algo igual de misterioso que aquel marciano que
mencionamos hace un momento. No sólo has visto un ser del
espacio, sino que sientes desde dentro que tú misma eres un ser
tan misterioso como aquél.

¿Me sigues todavía, Sofía? Hagamos otro experimento mental.

Una mañana, la madre, el padre y el pequeño Tomas, de dos o
tres años, están sentados en la cocina desayunando. La madre se
levanta de la mesa y va hacia la encimera, y entonces el padre
empieza, de repente, a flotar bajo el techo, mientras Tomás se le
queda mirando.

¿Qué crees que dice Tomás en ese momento? Quizás señale a su
papá y diga: «¡Papá está flotando!».

Tomás se sorprendería, naturalmente, pero se sorprende muy a
menudo. Papá hace tantas cosas curiosas que un pequeño vuelo
por encima de la mesa del desayuno no cambia mucho las cosas
para Tomás. Su papá se afeita cada día con una extraña
maquinilla, otras veces trepa hasta el tejado para girar la antena
de la tele, o mete la cabeza en el motor de un coche y la saca
negra.

Ahora le toca a mamá. Ha oído lo que acaba de decir Tomás y se
vuelve decididamente. ¿Cómo reaccionará ella ante el
espectáculo del padre volando libremente por encima de la mesa
de la cocina?

Se le cae instantáneamente el frasco de mermelada al suelo y
grita de espanto. Puede que necesite tratamiento médico cuando
papá haya descendido nuevamente a su silla. (¡Debería saber que
hay que estar sentado cuando se desayuna!)

¿Por qué crees que son tan distintas las reacciones de Tomás y
las de su madre? Tiene que ver con el hábito.

(¡Toma nota de esto!) La madre ha aprendido que los seres
humanos no saben volar. Tomás no lo ha aprendido. El sigue
dudando de lo que se puede y no se puede hacer en este mundo.
¿Pero y el propio mundo, Sofía? ¿Crees que este mundo puede
flotar? ¿También este mundo está volando libremente?
Lo triste es que no sólo nos habituamos a la ley de la gravedad
conforme vamos haciéndonos mayores. Al mismo tiempo, nos
habituamos al mundo tal y como es.

Es como si durante el crecimiento perdiéramos la capacidad de
dejarnos sorprender por el mundo. En ese caso, perdemos algo
esencial, algo que los filósofos intentan volver a despertar en
nosotros. Porque hay algo dentro de nosotros mismos que nos
dice que la vida en sí es un gran enigma.
Es algo que hemos sentido incluso mucho antes de aprender a
pensarlo.

Puntualizo: aunque las cuestiones filosóficas conciernen a todo
el mundo, no todo el mundo se convierte en filósofo. Por
diversas razones, la mayoría se aferra tanto a lo cotidiano que el
propio asombro por la vida queda relegado a un segundo plano.
(Se adentran en la piel del conejo, se acomodan y se quedan allí
para el resto de su vida.)

Para los niños, el mundo –y todo lo que hay en él- es algo nuevo,
algo que provoca su asombro. No es así para todos los adultos.
La mayor parte de los adultos ve el mundo como algo muy
normal.

Precisamente en este punto los filósofos constituyen una
honrosa excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del
todo al mundo. Para él o ella, el mundo sigue siendo algo
desmesurado, incluso algo enigmático y misterioso.

Por lo tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común
esa importante capacidad. Se podría decir que un filósofo sigue
siendo tan susceptible como un niño pequeño durante toda la
vida.

De modo que puedes elegir, querida Sofía. ¿Eres una niña
pequeña que aún no ha llegado a ser la perfecta conocedora del
mundo? ¿O eres una filósofa que puede jurar que jamás lo
llegará a conocer?

Si simplemente niegas con la cabeza y no te reconoces ni en el
niño ni en el filósofo, es porque tú también te has habituado
tanto al mundo que te ha dejado de asombrar. En ese caso corres
peligro. Por esa razón recibes este curso de filosofía, es decir,
para asegurarnos. No quiero que tú justamente estés entre los
indolentes e indiferentes. Quiero que vivas una vida despierta.
Recibirás el curso totalmente gratis. Por eso no se te devolverá
ningún dinero si no lo terminas. No obstante, si quieres
interrumpirlo, tienes todo tu derecho a hacerlo. En ese caso,
tendrás que dejarme una señal en el buzón. Una rana viva estaría
bien. Tiene que ser algo verde también; de lo contrario, el cartero
se asustaría demasiado.

Un breve resumen: se puede sacar un conejo blanco de un
sombrero de copa vacío. Dado que se trata de un conejo muy
grande, este truco dura muchos miles de millones de años. En el
extremo de los finos pelillos de su piel nacen todas las criaturas
humanas. De esa manera son capaces de asombrarse por el
imposible arte de la magia. Pero conforme se van haciendo
mayores, se adentran cada vez más en la piel del conejo, y allí se
quedan. Están tan a gusto y tan cómodos que no se atreven a
volver a los finos pelillos de la piel. Solo los filósofos emprenden
ese peligroso viaje hacia los límites extremos del idioma y de la
existencia. Algunos de ellos se quedan en el camino, pero otros
se agarran fuertemente a los pelillos de la piel del conejo y
gritan a todos los seres sentados cómodamente muy dentro de la
suave piel del conejo, comiendo y bebiendo estupendamente:
–Damas y caballeros –dicen–. Flotamos en el vacío.

Pero esos seres de dentro de la piel no escuchan a los filósofos.
–¡Ah, qué pesados! –dicen.

Y continúan charlando como antes:

–Dame la mantequilla. ¿Cómo va la bolsa hoy? ¿A cómo están los
tomates? ¿Has oído que Lady Di espera otro hijo?

Cuando la madre de Sofía volvió a casa más tarde, Sofía se
encontraba en un estado de shock. La caja con las cartas del
misterioso filósofo se encontraban bien guardadas en el Callejón.
Sofía había intentado empezar a hacer sus deberes, por lo que se
quedó pensando y meditando sobre lo que había leído.

¡Había tantas cosas en las que nunca había pensado antes! Ya no
era una niña, pero tampoco era del todo adulta.

Sofía entendió que ya había empezado a adentrarse en la espesa
piel de ese conejo que se había sacado del negro sombrero de copa
del universo. Pero el filósofo la había detenido.

–El, –¿o sería ella?– la había agarrado fuertemente y la había
sacado hasta el pelillo de la piel donde había jugado cuando era
niña. Y ahí, en el extremo del pelillo, había vuelto a ver el mundo
como si lo viera por primera vez.

El filósofo la había rescatado; de eso no cabía duda. El
desconocido remitente de cartas la había salvado de la indiferencia
de la vida cotidiana.

Cuando su madre llegó a casa, sobre las cinco de la tarde, Sofía la
llevó al salón y la obligó a sentarse en un sillón.
–¿Mama, no te parece extraño vivir? –empezó.

La madre se quedó tan aturdida que no supo qué contestar. Sofía
solía estar haciendo los deberes cuando ella volvía del trabajo.
–Bueno –dijo–. A veces sí.

–¿A veces? Lo que quiero decir es si no te parece extraño que
exista un mundo.

–Pero, Sofía, no debes hablar así.

–¿Por qué no? ¿Entonces, acaso te parece el mundo algo
completamente normal?

–Pues claro que lo es. Por regla general, al menos.
Sofía entendió que el filósofo tenía razón. Para los adultos, el
mundo era algo asentado. Se habían metido de una vez por todas
en el sueño cotidiano de la Bella Durmiente.

–¡Bah! Simplemente estás tan habituada al mundo que te ha dejado
de asombrar –dijo.

–¿Qué dices?

–Digo que estás demasiado habituada al mundo. Completamente
atrofiada, vamos.

–Sofía, no te permito que me hables así.

–Entonces, lo diré de otra manera. Te has acomodado bien dentro
de la piel de ese conejo que acaba de ser sacado del negro
sombrero de copa del universo. Y ahora pondrás las patatas a
cocer, y luego leerás el periódico, y después de media hora de
siesta verás el telediario.

El rostro de la madre adquirió un aire de preocupación. Como
estaba previsto, se fue a la cocina a poner las patatas a hervir. Al
cabo de un rato, volvió a la sala de estar y ahora fue ella la que
empujó a Sofía hacia un sillón.

–Tengo que hablar contigo sobre un asunto –empezó a decir.
Por el tono de su voz, Sofía entendió que se trataba de algo serio.

–¿No te habrás metido en algo de drogas, hija mía?
Sofía se echó a reír, pero entendió por que esta pregunta había
surgido exactamente en esta situación.

–¡Estas loca! –dijo–. Las drogas te atrofian aún mas. Y no se dijo
nada más aquella tarde, ni sobre drogas, ni sobre el conejo blanco.